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Aventuras y desventuras de Chemi en Londres

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A partir de ahora este blog seguirá en bitacoras.com, en la dirección http://chemienlondres.bitacoras.com. Cierto que el título es más prosaico y menos original, pero el formato y las capacidades de bitacoras.com son mucho mejores que las de blogia.

Así que a partir de ahora ésta es la nueva dirección_ http://chemienlondres.bitacoras.com

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Yes, dentro de poco me mudo a la que será mi nueva casa en Londres. Increíble, si en París tardé un mes y tuve que ver miles de pisos y recibir miles de ‘noes' antes de encontrar un piso que sólo era temporal y en el que tuve que convivir con dos personas realmente desagradables y odiosas, aquí he tardado cuatro días y sólo he tenido que ver uno. El martes pasado me conecté a Internet un rato desde el número 65 de mi calle (de donde me acabó echando una mujer que vive allí y que amenazó con llamar a la policía si no me iba), a GumTree.com, página de referencia para encontrar piso, trabajo, mascota, novia, cafetera o cualquier otra cosa en Londres y en el Reino Unido en general, y escribí un montón de emails a todos los pisos que iba encontrando interesantes con la idea de concertar citas para el jueves o viernes, días en los que estaría off (en los que libraría en el trabajo). E ‘interesantes' quería decir: en zona 2 (la zona 1 es imposiblemente cara y la 3 ya está muy lejos del centro), bien conectados con Oxford Circus (mi agradable lugar de trabajo), habitación individual (¡no más ronquidos ni más tapones para los oídos! (¡toma rima!)), gente anglófona viviendo en la casa (la mejor manera de practicar la lengua, nunca mejor dicho, es echarse una novia que hable inglés, o cuanto menos una compañera de piso), evidentemente que no fuera "muy caro" (situé mi umbral en 90 libras/semana, lo que es algo más de 135 euros a la semana, lo que es más de lo que pagaba en mi piso de Valencia de alquiler por todo un mes), y muy importante, que fuera más o menos para a partir del 28 ó 29 de octubre, fecha en la que cobraré mi primer (segundo) sueldo en Zara (que tendría que dedicar casi íntegro al pago del depósito y primeras semanas de alquiler del piso, por lo que seguiré viviendo otro mes bajo mínimos), además de que en el hostel tengo que decir con una semana de antelación que me voy o si no se quedan con mi fianza (100 jugosas libras que me tienen que devolver y que me darán la vida, literalmente hablando). Muy bien. El que más llamó mi atención fue uno situado en Shepherd's Bush, en zona 2 pero bastante cerca del centro, pegado a Kensington por el este y a Notting Hill por el norte, en el que había una habitación individual libre por 83 libras/semana, cocina, salón, todos los electrodomésticos habituales (lo que os sonará a gilipollez pero que para mí hoy por hoy es todo un lujo después del año en París y del mes y medio en el hostel) e incluso Internet wifi. Y la habitación estaba libre a partir del 30 de octubre. Y sería para compartirlo con una chica francesa y otra australiana, que además ponían en el anuncio que preferían a un chico (qué perrillas), que fuera no fumador y que tuviera veintitantos años. Es decir, me buscaban a mí. Y así se lo dije en el email, vendiéndome como un chaval de puta madre, no fumador, limpio, deportista y bla bla bla y todo ese tipo de cosas que quieren las chicas en sus compañeros de piso (o que yo creía que querían las chicas en sus compañeros de piso). Y ya con el texto de ese email como base y variándolo al gusto de cada uno de los que buscaban compañero de piso, escribí a unos cuantos más que también me parecieron interesantes, aunque ninguno me venía tan bien como aquel primero (o estaban muy lejos, o mal conectados, o la habitación era para ya, o eran muy caros, o...).

Así que allí estaba yo, en busca de mi destino en Londres, cuando en la acera de enfrente aparcó un Porsche (en mi calle hay habitualmente aparcados varios Porsches, Ferraris y demás, para qué veáis con qué gente me relaciono, ja, y eso que no vivo en Chelsea, Battersea o Kensington, que ya sí que son la hostia) y bajó de él una mujer rubia y furibunda que se dirigió veloz hacia mí gritándome todo tipo de incomprensibles sandeces en inglés. Yo la miré con cara de sorpresa y le dije con voz de sorpresa, Sorry??, por lo que ella debió adivinar, supongo que sin sorpresa, mi origen extranjero y empezó a hablar más lentamente. Y me dijo que ya se lo había dicho a otras personas muchas veces, que ahí vivía gente, que era una propiedad privada, y que no quería volver a ver a nadie ahí sentado o que llamaría a la policía; aunque de lo de conectarnos a Internet por la cara no dijo (o yo no entendí) ni una palabra. Bueno. Claro que es una propiedad privada, pero ahí estamos sentados prácticamente en la calle, a escasos centímetros de la acera, en un pequeño portal en el que tras tres escalones hay una pared con una ventana, ya que el 65 y el 66 son la misma vivienda y se entra por el 66 (por ejemplo, no es ni siquiera como cuando nos sentamos en el portal de Nacho en Ibi). Pero en fin. Y yo le dije, Ok, ok, ya me voy; y seguí tranquilamente escribiendo el último email; pero ella realmente exaltada me dijo, ¡Te vas ya, ahora mismo!, ¡o llamo a la policía!. Y yo pensando, joder, le dije, Vale, vale; y me levanté, por lo que ella, mirándome realmente muy mal, se fue y entró por el 66 al edificio, tras lo cual yo me volví a sentar. Acabé ese email, apagué el ordenador, me levanté y cuando salí a la acera la rubia salía también en ese momento del 66 mirando hacia donde yo estaba, y al verme le cambió la cara y de nuevo me miró muy mal, seguro que deseándome una muerte larga y dolorosa, pero como yo ya estaba en la acera y no en su propiedad privada, pues no dijo nada y simplemente se fue hacia el otro lado lanzándome todo tipo de maldiciones anglas y sajonas.

Y al día siguiente, el miércoles por la mañana, antes de ir a trabajar, me volví a conectar a Internet, esta vez desde la Victoria Library, y vi que sólo me habían contestado de cuatro pisos. Uno bastante interesante y en el que la chica me decía que acababa de volver de España de vacaciones, y que le había encantando y que le encantabas los españoles y que le escribiera para quedar para ver e piso jueves o viernes. Y yo pensando, Pues ya está, me visto de torero y me llevo unos pinchos de tortilla de patatas, y seguro que la habitación es mía. En la respuesta de otro piso, que igualmente estaba bastante bien, me decían que tenían que alquilar la habitación antes de lo que a mí me venía bien, pero que en todo caso yo podía empezar a pagarla antes e ir allí a vivir el 28 de octubre o cuando fuera; y yo, Claro, y si queréis también os invito a cerveza en el pub todas las noches durante el primer mes, como si el del Porsche fuera yo y no la loca ésa obsesionada con la policía. De otro piso simplemente me habían contestado que si estaba interesado llamara al teléfono de Craig o de David (o no sé, en realidad ya no me acuerdo y me acabo de inventar los nombres). Y oh milagro, también me habían contestado del piso aquél de la francesa y la australiana dándome la dirección y que si estaba interesado fuera ese mismo jueves. Así que les contesté a éstas diciéndoles que allí estaría el jueves, y escribí a la otra chica, la que estaba flipada con España, diciéndole que a mí me iba bien ir a ver su piso el viernes. Tras lo cual me fui a Zara planeando ya mis estrategias para ambos pisos, recordando para ello mi extensa y desagradable experiencia en la búsqueda de pisos en París.

Y el jueves por la tarde-noche, después de ver en Internet que la chica flipada con España me había dado la dirección y me había confirmado que fuera el viernes a ver el piso, me fui para Shepherd's Bush a ver el primero de mis futuros posibles hogares en Londres. Salgo del metro y la zona, bueno, bastante normal, ni super guay que te cagas ni chunga tipo Bronx o Nazaret. Anduve un ratillo por la avenida aquélla, y finalmente encontré el número (que ya he olvidado, viva el alzheimer), una puerta verde medio escondida entre dos bares o tiendas. Llamo y me abre una de las chicas, que igual podía ser la francesa que la australiana, y muy alegre y sin dejar de sonreír (no dejó de sonreír durante todo el rato que estuve allí, increíble la resistencia muscular de sus músculos faciales) me lleva al salón, en el piso de arriba (en el piso de abajo no había nada, sólo las escaleras hacia arriba), donde estaban la otra chica, que resultó ser la francesa (por lo que la primera, como ya habréis adivinado, era la australiana), y un chico grandote y con pinta de bonachón que creo que también era australiano (al menos no dejó de beber Foster's durante todo el tiempo que yo estuve en la casa), y que es el que se va y por eso su habitación se queda libre. Y el chaval, que ya no recuerdo cómo se llama, me enseñó la casa: un aseo normal con bañera, una cocina bastante grande con todo (microondas, horno, nevera, lavadora... qué guay, me emocioné y todo al verla), el salón con varios sillones y sofás y un par de televisores (?), y en la planta de más arriba las habitaciones, incluyendo la que se va a quedar libre, que no es muy grande y que está casi totalmente ocupada por una enorme cama que no es que sea de matrimonio, es que es de trío, y tres mesitas. Y el armario, también bastante grande, está al lado de la habitación pero en el pasillo. Bueno. Tras realizar ese tour, subieron también las dos chicas y allí estuvimos todos un buen rato, en el pasillo, ellos, sobre todo la francesa, interrogándome y yo siendo interrogado. Y ése era el momento clave de la visita, donde me jugaba mis posibilidades de acabar viviendo en ese piso, por lo que mis sentidos se agudizaron y mis escasas neuronas se mantuvieron tensas y a la expectativa, tratando de aprovechar mi larga experiencia en ese tipo de situaciones en París. Primera pregunta, Where are you from? Bueno, ésa era fácil, Español. ¡Oh!, dijo la francesa, perfecto porque yo estoy aprendiendo español y así podrías ayudarme; y yo, siendo consciente de haber ganado ya unos cuantos puntos y con la mejor de mis sonrisas, Claro, claro. Y ella de nuevo, Además, muy bien, porque los españoles son más simpáticos que los franceses y que los ingleses. Y pensaréis, Dios, qué fácil, a la chavala ésa le molaban un montón los españoles y así ya tenías medio camino hecho. Y sí, esa buena prensa que tenemos los jóvenes españoles entre los jóvenes del resto de Europa me daba más puntos, pero el comentario de la chica no estaba exento de peligros, porque si yo me regodeaba en mi "superioridad" frente a franceses e ingleses, podría herir sus sentimientos, ya que ella era francesa y seguro que por vivir aquí tiene muchos amigos ingleses, y es que una cosa es que ella diga eso así en plan comentario inocente y otra el que lo dijera yo. Así que en un ágil giro dije, Bueno, yo estuve el año pasado viviendo en París y los franceses que conocí también eran muy majos. ¡Ajá!, así esquivaba el peligro de tener que estar de acuerdo o no con ella al tiempo que contaba que había vivido en París y que hablaba bien de los franceses. Y ella positivamente sorprendida, ¡Oh!, ¿has vivido en París?, ¿y hablas francés?; y yo, más puntos para mi bolsillo; Sí, estuve allí el año pasado con una beca Erasmus. Otro gran movimiento: así pasábamos a hablar de mis estudios. Y precisamente ella preguntó, ¿Y qué has estudiado?

[continuará...]

Saturday Night Fever & Zara again

Once upon a time… Era el primer sábado que yo pasaba en Londres. No tenía ningún plan, apenas conocía a gente en el hostel, algunas breves conversaciones durante los desayunos y las cenas con algunos españoles, tímidos inicios de amistad. Pero por la noche me crucé con una chica española, Sonia, a la que ya conocía un poco, y dos chicos, Ezequiel, argentino y Alejandro, colombiano (más conocido como ‘Comandante’ por su cierto parecido con el Che), que me dijeron que iban a comprar cervezas, que si iba con ellos. Y fui con ellos. Y yo, ¿Pero qué idea tenéis?, ¿beber en el hostel y luego salir o sólo estar ahí bebiendo y hablando o…?; y ellos, Pues no sé, de momento nos beberemos esto y luego ya veremos. Y compramos cerveza, para nosotros y para más gente, enormes y baratas latas de cerveza. Y yo, ¿Y dónde vamos a beber?; y ellos, Pues no sé, solemos ir a la habitación de Víctor y Manu… Y yo, Bueno, la mía es triple y ahora estoy solo, así que podemos ir; y ellos, Ah, pues guay, vale. Así que fuimos a por los tales Víctor y Manu (¿Pero tienes música en tu habitación?; y yo, Sí, puedo poner el ordenador; y ellos, ¿Pero podemos fumar porros en tu habitación?; y yo, Sí), y mientras esperábamos a Ezequiel en la escalera, porque él iba a ir a la habitación de Víctor y Manu y no sabía que habíamos cambiado de destino, apareció un chaval llamado Prasad que hablaba un inglés muy raro pero extrañamente comprensible, de madre india y padre norteamericano (él es de California), muy delgado, que se movía de un modo algo peculiar, que conocía a Sonia, que al vernos con cerveza se interesó por nuestras intenciones, y que tras conocerlas nos invitó a beber en su habitación, en la que lleva viviendo cuatro años. Por lo que finalmente fuimos a la invitación de Prasad. Que parece cualquier cosa menos una habitación de hostel: dos televisores, dos ordenadores de sobremesa, un portátil, la Play Station 2, microondas, cafetera, licuadora, tostadora, nevera (llena de cerveza), todas las paredes cubiertas de fotos, posters, y gente que entraba y salía en todo momento. Estuvimos allí unas dos horas, nos bebimos las cervezas que llevábamos nosotros, nos bebimos casi todas las cervezas que había en la nevera, el resto de gente fumaba porros, vimos vídeos de conciertos, algunos grabados por el propio Prasad en Los Ángeles, como él mismo no se cansaba de recordarnos, Hey men, what a fucking concert men. Bueno. De todo lo que vimos, la canción con la que yo me quedé fue Where is my mind?, de los Pixies, cuyo cantante la cantó con Brian Molko en un concierto de Placebo. Al día siguiente descubrí con sorpresa que yo tenía la canción original en el ordenador en una selección de clásicos del rock de los 70 y 80, y tiempo después, ya trabajando en Zara, un día que me dio por cantarla, uno de mis compañeros, Massi, un italiano muy majo, me estaba oyendo y me dijo en su gracioso castellano, No lo sé, pero ya veo que no está por aquí. Pero aquel sábado, cuando se acabó el alcohol, aumentado nuestro grupo con una incorporación de italianos, y ya bien iniciados en el sagrado ritual de la ebriedad (aunque aún con un pequeño cargamento de cerveza), decidimos que teníamos que movernos y nos dirigimos a Victoria Station para coger un autobús e ir a una discoteca cuyo nombre he olvidado. Yo, pensando en mis escasos recursos económicos, pregunté si habría que pagar entrada, y el tal Prasad me dijo con su habitual fanfarronería que sí pero que luego teníamos cerveza gratis. Y yo, ¿Cerveza gratis?; y él, Sí, cerveza gratis. Pronto llegó el autobús, de dos plantas, ocultamos las latas, subimos a la de arriba y ocupamos toda la parte posterior, donde seguimos bebiendo, hablando, riendo. Pero a los pocos minutos el bus se detuvo en medio de la calle. Nos asomamos a las ventanas y vimos que había una mujer plantada en el asfalto frente al autobús y haciendo extraños aspavientos. Alguien dijo que el sitio al que íbamos no estaba lejos, así que nos bajamos del bus, nos quedamos un momento viendo cómo la mujer aquélla no dejaba de gritar y de mover los brazos en medio de la calzada, viendo cómo al conductor del autobús se la sudaba totalmente y estaba apoyado en el volante y mirándola riendo, y viendo cómo se iba formando una larga cola de coches y autobuses en aquella avenida, y poco después seguimos nuestro camino. Enseguida llegamos a la discoteca, en cuya puerta acabamos con rapidez la cerveza que aún nos quedaba y entramos, previo pago de unas pocas libras, cuatro o cinco o no sé, y yo vi con sorpresa cómo el ticket de entrada me informaba de que luego habría comida gratis (¿cerveza gratis?, ¿comida gratis?, ¿¿en una discoteca de Londres??). El sitio, muy normalito, tenía dos plantas, en la inferior la pista era más pequeña y abundaban las mesas y sofás y en la superior apenas había asientos y era más que nada una pista de baile. Nosotros subimos a la de arriba y todo el mundo excepto yo empezó a pedir pintas en la barra, lo cual ya me hizo sospechar de aquella declaración de que allí conseguiríamos cerveza gratis. Y finalmente, entre el calor, la sed, el no saber qué hacer con las manos y el ver que de cerveza gratis nada, yo también caí y me pedí una de la marca más barata que hubiera. La música en general era bastante mala, e igual ponían Bon Jovi que pop inglés que dance, pero guay, nosotros llevábamos encima muy buen rollo, estábamos ebrios y contentos y nos reíamos “bailando” y haciendo todo tipo de gilipolleces. El resto de gente era en su mayoría ingleses (ingleses, que no inglesas), altos, blanduchos y delgados, y no respondían a la imagen que yo tenía de ellos (forjada por los innumerables guiris que asaltan nuestras playas en verano), porque estaban más bien paraditos y miraban como con miedo a las pocas chicas que había por allí, pero no sé, tal vez fuera el sitio o la hora o yo qué sé. Y así pasaba la noche, tranquilamente, entre cervezas, movimientos arrítmicos de nuestros cuerpos y breves conversaciones entre gritos al oído. Y después de esa primera pinta que todos habíamos pedido, los demás empezaron a pedir una segunda, y una tercera. Los demás, porque yo sólo con la primera ya había consumido todo mi presupuesto para mis cinco primeros sábados en Londres. Así que le dije a Prasad, A ver, espabilado, ¿dónde está esa famosa cerveza gratis?; y él, mientras repetía incansable, Ey man, fucking, man; cogió una pinta medio vacía que encontró sobre una mesa o sobre una repisa de la pared o de una columna y la fue rellenando con todas las demás pintas que iba encontrando, y cuando estuvo llena me la dio y me dijo, Free bier; y yo la cogí, la miré con cierta repugnancia, le miré a él, que sonreía satisfecho y pensé, Cierto, los estadounidenses son estúpidos; sonreí como diciéndole, Sí, je je, free bier; y dejé esa cerveza megamix en una mesa o no sé dónde. Pero ah, al poco rato vi cómo no sólo Prasad sino también todos los demás cogían con toda naturalidad pintas casi enteras (que es más inteligente y menos asqueroso que rellenar una casi vacía con varias diferentes) que sus dueños habían dejado momentáneamente en alguna mesa o repisa y se las iban bebiendo felizmente. Y como a mí me daba palo, pues ellos cogían una más y me la pasaban, pero así, la primera que encontraran y que estuviera casi llena, y éramos bastante gente, y todos lo hacían, y yo pensando, Bueno, en cuanto un inglés larguirucho de éstos se de cuenta de que les estamos robando las pintas en su cara, la hemos liado. Pero no sé si es que son estúpidos y no se daban cuenta de cómo las cervezas les desaparecían casi enteras en cuanto las dejaban en algún sitio, o es que nos tenían miedo porque éramos bastantes y éramos extranjeros y estábamos haciendo los cabras, o qué, pero nadie nos dijo nada y no pasó nada, y estuvimos toda la noche, efectivamente, bebiendo cerveza “gratis”.

Y, mmmm, no sé, pero cuando pensaba en escribir este post, la historia sonaba como más divertida o entretenida o interesante o no sé, pero entre que llevo varias días escribiéndola a ratos, que ya hace un mes de aquella noche, que cuando me pongo a escribir estoy reventado de trabajar en Zara… El caso es que en realidad poco más pasó aquel sábado que no pase casi cada sábado por ahí de fiesta. Excepto, tal vez, que en aquella discoteca vi a una de las chicas más guapas que he visto en mi vida. Ahora ya apenas la recuerdo, pero en ella estaban todas las razas, era morena, de piel y cabello, y siendo occidental, de rasgos algo asiáticos. No sé, era espectacular, era preciosa, extraordinariamente guapa. Y además llevaba una falda muy corta. Les dije a los demás, Dios, estoy viendo a una de las chicas más guapas que he visto en mi vida; y Prasad, que no está flipado ni nada el pobre chaval, me dice, Va, te la presento y le digo que te gusta; y yo, ¡No!; y él se acercó, la miró, se vuelve y me dice, Es demasiado guapa para ti; o algo así, pero que lo dijo de una forma, como si él no se hubiera liado en ese mismo momento con ella porque no había querido, y yo me quedé mirándole, a él, y le puse cara de decir, Pero tú qué, flipado de mierda, ¿tú te has visto en un espejo?; porque cierto que yo soy muy normal y que la chica aquélla era demasiado guapa para mí, pero es que el Prasad éste parece un personaje de dibujos animados o alguna cómica caricatura. En fin.

Y hablando de chicas, pasemos al tema que todos estáis esperando leer: sexo.

Bueno, pues si me conocéis, y se supone que sí, deberíais ya saber que todo lo que puedo contar de ese tema se reduce a cuatro letras: nada; o a otras cuatro: cero. Entre que yo de normal no suelo ligar mucho que digamos y que cuando ligo la cago, pues ya veis. Lo máximo que me ha pasado aquí en Londres con esos extraños pero atractivos seres llamados 'chicas' son tan sólo algunas pequeñas anécdotas, que paso a relatar.

Hace ya algunas semanas, en Zara, ya ni sé de qué estábamos hablando una compañera y yo, que yo me estaba metiendo con ella de coña o algo así y haciendo gala de mi gran ingenio y mi exquisito sentido del humor, y ella me dijo, Joder, qué cara tienes, seguro que ligas un montón; o algo así. Y yo pensé, Bueno, sí, vamos, quitándome a las chicas de encima que tengo que ir. Y ya está. Y qué más… bueno, un día que otra compañera me invitó a su casa a comer, y cuando íbamos de su casa a Zara (que era domingo, y los dos librábamos –porque aquí Zara abre también los domingos–, pero habían puesto un store meeting para ese día y teníamos que ir obligado, hay que joderse) en el autobús, me dijo que uno de sus compañeros de piso, que era gay, le había dicho después de verme, Oye, qué bueno está tu amigo, ¿no?; así que ahí voy, siguiendo con mi irresistible encanto gay. Y qué más… ah bueno, pues que luego esta misma chica le dio la razón a su amigo y me dijo que físicamente yo era el que más llamaba la atención de Zara (sobre gustos…). Y qué más qué más… bueno, y también que dos amigos míos del hostel me dijeron de forma independiente que una chica que es también del hostel va detrás de mí (cosa que yo, cuanto menos, dudo). Y eso es todo, amigos. Como veis, mi vida erótico–sexual en Londres es apasionante y triunfal y cada día despierto con una chica diferente. Ja. De hecho cada día despierto con dos italianos simpáticos pero que roncan. Pero bueno, pues igual que en Ibi, París o Valencia (excepto por lo de los dos italianos).

Pero es que además no tengo ni tiempo ni energías para hacer otra cosa que no sea trabajar. Eso sí, todos los sábados he salido, aunque sólo fuera a hacerme unas cervezas (en sentido figurado, porque no tenía dinero para comprármelas de verdad) y me volviera más o menos pronto. Pero este último sábado, y después de haber conseguido que Zara me pagara un adelanto (!!!) por las dos semanas que trabajé en septiembre (lo que consigue el ponerse pesado), quise salir de nuevo de verdad y celebrar el fin de mi angustia económica en plan voy–a–emborracharme–de–una–vez–por–todas. Aunque la verdad es que aquel primer sábado en aquella discoteca (que por cierto, me acabo de acordar que se llamaba Swan, como en el primer volumen de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust: ‘Por el camino de Swan’) ya pillé un buen ciego, que al día siguiente mi estómago estaba más animado que Oxford Circus un sábado por la tarde. Pero eso, que este sábado había una fiesta en casa de Santi, otro compañero de Zara (y es que somos una secta…), y para allá que nos fuimos unos cuantos después de salir a las 10 y pico de la noche del trabajo (y yo había entrado a las 10 menos cuarto de la mañana y me tragué entero todo el puto sábado como un campeón). Compramos el vino más barato que encontramos, Coca–cola, hielo, vodka, papas, cacahuetes y pizzas. Y cuando llegamos a su casa, en plan secta enfermiza que te cagas, nos acoplamos en una habitación (en la de Santi, de hecho), nos sentamos por el suelo y en la cama, pusimos una olla en medio, y allí que nos tiramos toda la noche, haciendo y bebiendo calimotxo (con un toque de vodka) y jugando a todo tipo de juegos estúpidos de botellón. Por ejemplo, jugamos al famoso “Yo nunca he…”, después del cual yo respeto mucho más a mi manager (que es un chaval que también estaba allí). Por ejemplo, jugamos a cada uno escribir un personaje en un papel y luego repartirlos, ponérnoslo en la frente y tratar cada uno de adivinar quién éramos (yo escribí ‘Alf’, que le tocó a Gonzalo; y a mí me tocó Carmen de Mairena, que no recuerdo quién lo escribió). Por ejemplo, jugamos a uno de decir cuántos hijos había tenido la abuelita o algo así. Por ejemplo, jugamos a uno que uno decía Pim, otro Pam y otro Pum y tenía que señalar a otro nuevo para seguir. Por ejemplo, jugamos a decir lo que nos llevaríamos a una isla desierta, que uno decía una cosa y el siguiente tenía que repetirla y añadir una nueva y así. Y siempre, claro, bebiendo todos menos el que se equivocaba (hacerlo al contrario es una tontería). Y siempre, claro, lo que decíamos y tal acababa derivando al universal y divertido tema del sexo. Jugamos, por ejemplo, a tener que decir cada vez uno un adjetivo diferente sobre nuestro pene o vagina (o polla o coño), según fuéramos tío o tía, empezando primero por la A, luego la B, y así. Éste yo no lo conocía y la verdad es que nos echamos unas buenas risas. Con la tontería nos lo pasamos bastante bien y nos enteramos de cosas muy interesantes. Y eso. No sé a qué hora nos iríamos, pero ya íbamos todos bonicos. Yo llegué al hostel a las 5 y pico, borrachillo y reventado, y al entrar en mi habitación vi un montón de mochilas esparcidas por el suelo que me hicieron sospechar algo, pero yo qué sé, aquí las reglas de la lógica no tienen mucha validez, así que simplemente me acosté y me dormí, porque al día siguiente, domingo, trabaja todo el día, de 12 al cierre, lo que sería más o menos sobre las 8 de la tarde, para lo que me tenía que levantar sobre las 10 para poder desayunar algo y ducharme. Pero al rato unos ruidos me despertaron y preguntándome si estaba despierto o si estaba soñando o si aún iba ciego o qué, vi entre asombrado e incrédulo cómo iban entrando en mi habitación, que es bastante pequeña, no sé, 10 o 12 personas, que empezaban a rebuscar por ahí, y a coger las mochilas, y a abrirlas y a sacar cosas y a volver a meterlas. Y yo flipando en technicolor y en dolby surround. Enchufé el móvil para ver la hora y eran las 8 y 20 y hacía poco menos de tres horas que me había acostado. Y vi que mi compañero Paolo hablaba con ellos en italiano y me cagué en la puta madre que parió a todos los putos italianos de Italia y del resto del mundo y en particular en los que están en Londres. Y yo, ¿¿¿Pero qué pasa???, ¿¿quién diablos es toda esta gente??, que ya no sé si lo dije en inglés, en castellano o si espontáneamente lo aprendí a decir en italiano. Y no sé muy bien lo que me dijo o contestó Paolo, y cuando ya por fin todas esas personas habían salido me levanté furibundo para ir al aseo y cuando salí de la habitación aún estaban en el pasillo al lado de mi puerta y les miré super mal y no dijeron ni sorry ni perdón ni excusa (o como se escriba) ni nada y yo pasé en medio de ellos en plan chungo chocándome y pisándoles las mochilas y meé en el aseo y cuando volví a mi habitación allí seguían en el pasillo dando por culo y la madre que los parió. Me vuelvo a acostar y cuando estoy ya casi dormido, ya a las 9 y pico, me vuelven a espabilar algunos ruidos y abro los ojos y veo entrar a Marco, mi otro compañero, con otro amigo suyo que tampoco era de este hostel y se empiezan a liar porros y a fumar, y yo, ¡Pero por favor, que tengo que irme a trabajar dentro de un rato!, ¿¿podéis iros fuera??; y Marco, Sí, sorry, sorry, y se salieron. Yo me quedé en la cama para intentar dormir algo más, pero ya entre la mala hostia y el nervio y todo, ni de coña, así que me levanté, me di una larga ducha, me bajé a desayunar y me fui a currar al infierno de Zara, donde los domingos, sin llegar al nivel de un sábado, son también muy jodidos. Y allí que estuve hasta casi las 8 de la tarde. Y fue un día muy duro, estaba hecho una mierda, cansadísimo, con un sueño terrible y con una ligera pero molesta resaca que lo hacía todo aun más difícil. Y ayer lunes qué. Pues ayer lunes tenía que estar ya a las 8 de la mañana otra vez en Zara, lo que significa a las 8 menos cuarto ya de traje y corbata dentro de la tienda, lo que significa levantarse a las 6 y media de la mañana. Y hoy martes al menos entro a las 5 de la tarde pero, ah, nos toca inventario, lo que significa contar todas las piezas que hay en la tienda, incluyendo el almacén, y apuntar su precio. Y hay miles y miles… El último que hicieron, en Menswear acabaron a medianoche, aunque mis compañeros dicen que entonces no teníamos tanto material como ahora, así que a saber a qué hora salgo. ¿Y mañana?, pues mañana, para no perder este ritmo tan bueno y saludable, trabajo también prácticamente todo el día. Así que, super guay y super chachi y a qué estáis esperando todos para venir a Londres a trabajar en Zara. Pero bueno, jueves y viernes libro (por fin libro dos días seguidos…, aunque el sábado otra vez abro y cierro la tienda, diosssss), y a ver si entre mañana y el miércoles puedo mirar pisos y llamar y esos días ir a ver y a ver si con suerte puedo quedarme con el primero que encuentre que esté medio bien y pasar a tener por fin mi habitación y poder dormir sin dos tíos roncando al lado y sin gente que entra a media noche y sin gente fumando porros a mi lado y además teniendo cocina y nevera… ay, con todas esas cosas que antes eran tan cotidianas y que hoy veo como lujos de incalculable valor, o quién sabe, incluso lavadora, microondas, radio, televisión (aparatos que no había en mi piso de París y que ya para mí están aun más allá del lujo).

Y diréis, Qué quejica de mierda; y diréis, ¿Pues no querías irte a Londres en parte para eso? Pues sí, y bien satisfecho que estoy y si me quejo es más que nada por vicio y walking contradiction y a beautiful day y cómo me acuerdo de París cada vez que oigo a Yann Tiersen, aunque esto no tenga mucho que ver, lo que quiere decir que ya estoy otra vez desvariando y que quizá debería finalizar aquí el post, que ya está bien, aunque aún haya cosas que –creo– quería contar.

[Lo acabé de escribir este martes, lo digo por lo de los días de trabajo]

First night in London

First night in London

Todo empezó la noche del 9 de septiembre, cuando llegué a Londres procedente del aeropuerto de Luton ya bien avanzada la tarde y prácticamente anocheciendo. Durante el vuelo había buscado en el plano de mi guía de Londres la dirección del hostel en el que tenía reservada una cama en una habitación triple. El hostel se llamaba Holland House y estaba situado en una esquina del Holland Park, en la zona de High Street Kensington, al oeste y cerca del centro de Londres (Victoria, Trafalgar Square, Buckingham Palace, Parliament) pero aún en lo que aquí se llama Central London para referirse a la Zona 1 y también, creo, a la Zona 2, de las seis zonas concéntricas en las que se divide Londres. Según el plano, tenía que coger el metro en Victoria, donde me dejaría el autobús desde Luton, y en sólo cuatro paradas estaba en High Street Kensington. Me sorprendió, porque recordé que en mi primera búsqueda de la localización del hostel había visto que éste se encontraba muy cerca de Victoria y que ni siquiera tenía que coger el metro sino que podía incluso ir a pie. Pero en fin, pensé, me habría equivocado aquella primera vez.

Por lo que en cuanto puse el pie en Londres, junto a Victoria Station, cargado con 25 kilos de maleta más una pesada mochila y un bolso de mano, y terriblemente cansado después de una noche casi sin dormir y un viaje de más de cuatro horas entre avión, aeropuerto de Luton y autobús a Londres, me dirigí a la entrada a la estación de metro Victoria, precisamente dentro de Victoria Station. Pero antes busqué por todos los bares y cafeterías de Victoria Place con ahínco un aseo en el que poder aliviar mi vejiga, y recorrí con toda mi carga interminables pasillos y escaleras sin encontrar un puto water en el que mear y malgastando de ese modo mis ya escasas fuerzas. Y así, después de renunciar a la expulsión de orina me fui a las escaleras de entrada al metro y descubrí al fin unos aseos precisamente junto a ellas. Por lo que ya tranquilo y tras haber recorrido lo que me parecieron cientos de escaleras (no había ni un puñetero ascensor) con todo mi equipaje y mi resaca a cuestas, y después de pagar 3 libras (unos 4 euros y medio) por un billete sencillo de metro para las zonas 1 y 2 (el más corto y barato posible), pude por fin entrar en el metro, que aquí llaman Tube porque justamente tanto los pasillos y túneles como los trenes tienen forma de tubo (lo que te hace sentirte como una especie de Mario Bros posmoderno). Y bajé, cuatro paradas más allá, en High Street Kensington. 

Cuando conseguí salir de allí y orientarme gracias al plano de mi guía, inicié mi camino hacia el Holland Park por una amplia avenida que en horas de luz debía estar muy animada pero que en esos momentos, ya de noche cerrada (aquí, como en París, en otoño e invierno anochece antes y más rápido que en España, mientras que en primavera y verano ocurre al contrario), se encontraba relativamente solitaria, oscura y vacía. Y yo allí hecho polvo, con las manos, brazos, hombros y espalda reventados de llevar la maleta y los dos bolsos y deseando encontrar cuanto antes el puñetero hostel para darme una larga ducha, comer algo y poder acostarme. Y al fin encontré la entrada al Holland Park, pero el mundo se me vino encima al ver que debía cruzarlo hasta el otro extremo y que el parque se encontraba en pendiente hacia arriba desde donde yo estaba. Así que nada, encontré un caminito más o menos asfaltado y comencé a ascender sin comprender como aún no caía rendido y desfallecido para ser pasto de buitres, hienas, anglosajones y otros seres carroñeros. Y si antes la calle me había llamado la atención por su insuficiente iluminación, caminar por aquel parque era como andar por en medio de un bosque salvaje alejado de la civilización. Árboles y más árboles y ni una sola luz y yo allí andando hacia arriba con la maleta y las bolsas maldiciendo a Newton y a la ley de la gravedad y al ron con cola y al no haber dormido y al haberme venido a Londres así porque sí y al feo idioma inglés y a este sucio mundo capitalista en el que nos vemos obligados a buscarnos la vida en pos de empleos y trabajos horribles y alienantes. Pero una serie de gritos y risotadas cercanas detuvieron mi sarta de imprecaciones y aunque no pude ver a nadie, seguí hacia arriba con ímpetus renovados y deseando encontrar el jodido hostel de una puñetera vez.

Pero al fin y cuando ya me daba por perdido encontré algo así como una bifurcación de mi camino en lo que parecía una entrada a algún sitio. Espoleado por la cercanía de algún tipo de cobijo, me introduje allí con la esperanza de que fuera precisamente la entrada a mi hostel, lo que se vio confirmado por una puerta trasera en la que una placa rezaba Youth hostels o algo así. Vi a dos o tres jóvenes que fumaban cerca de allí y les supuse residentes del hostel, por lo que me dirigía a ellos con la intención de desempolvar mi inglés e interrogarlos acerca del modo de poder entrar en el hostel, pero tal vez mi fatigada presencia y mi respiración ansiosa y agitada les asustó, o tal vez no eran sino producto de mis propios delirios y alucinaciones, pero el hecho es que en cuanto me vieron aproximarse se callaron y huyeron desapareciendo entre la verde espesura. Por lo que de nuevo solo me dediqué a rodear aquel sitio hasta que encontré por fin lo que parecía la puerta principal, de rejas y bien cerrada con un enorme candado. Aunque pude vislumbrar a una persona sobre unas escaleras dentro del jardín de entrada, por lo que le grité en mi castizo inglés, Good evening!!, could you open the door please??, pero él sólo me hizo toda una serie de extraños gestos señalando hacia el lado desde el que yo venía, así que volví a la puerta trasera, encontré un timbre con interfono, carraspeé dispuesto a hacerme entender como fuera y llamé. No obstante, me abrieron sin más, así que con una indescriptible sensación de triunfo pero aún tenso debido a experiencias pasadas, atravesé el umbral trasero de lo que yo entendía que era la Holland House, crucé un pequeño patio, subí más escaleras y entré por fin en el edificio. 

Después de esperar unos minutos mientras el chico de recepción atendía en un extraño castellano a unas chicas españolas, y animado por su precario dominio de nuestro hermoso idioma, le dije con una sonrisa enorme y cansada, ¡Hola!, tengo una reserva a mi nombre a partir de hoy; y le planté el DNI para que viera cómo se escribían mi nombre y apellidos. Y él, Muy bien; y empezó a buscar en el ordenador. Y yo allí esperando y paseando mi mirada por la cutre y destartalada planta baja del hostel en el que iba a pasar un mínimo de dos semanas. Y entonces me dice el chico, Mmmm, no apareces en el ordenador… Y yo, ¿¿Qué??, ¡pero si hice la reserva este martes!, esto es la Holland House, ¿no?; él asintió y yo para asegurarme, De la London Hostels Association, ¿no?; y él asintió de nuevo, y yo satisfecho y alabando el carácter provisorio de mi hermana, Pues entonces tengo una reserva aquí, incluso tengo una confirmación por email. Y él, que en realidad era un tío majo y que se veía que quería creerme, Muy bien, pues entonces tiene que haber un error en el ordenador, enséñame la confirmación a ver si pone la habitación o algo. Y yo, Emmm, es que no la tengo en papel… pero si en ese ordenador tienes Internet… Y él, Sí, sí; y giró la pantalla y me dio el teclado y en un minuto le enseñé el email con la confirmación y yo, ¿Ves?, Holland House, tal tal, mi nombre y me confirman que tengo habitación a partir de hoy. Y él mirando con el ceño fruncido y yo pensando, ¿Por qué, por qué siempre tiene que pasar algo y siempre tiene que haber problemas?, ¿¿por quééééé?? Y él, Aaahh… es que esto no es de aquí… es que en Londres hay dos Holland House y tú estás en la otra… pasa muchas veces que viene gente aquí y en realidad están en la otra… Y yo con el rostro desencajado y los ojos desorbitados, ¿¿Qué??, ¿¿que en Londres hay dos Holland House??, ¿¿¿pero tan poca imaginación tenéis para poner nombres a los albergues??? Y él, Sí, mira, la dirección es diferente… Y yo, Mierda, mierda, mierda, mierda; y ya resignado, ¿Y dónde está la otra Holland House…? Y él en un mapa de Londres, mira, en Eccleston, que está… Y yo lo encontré, Mierda, está aquí, al lado de Victoria, que es precisamente de donde vengo…, mierda, mierda, mierda. Lo que quería decir que aquella primera vez que busqué la situación del hostel acerté, y fue en el avión, cansado, con sueño y de resaca cuando me equivoqué y vi esa Holland House del Holland Park, y sin embargo en el avión desconfié de mi anterior yo fresco y despejado y decidí creer a ése entonces mi actual yo resacoso y hecho polvo. Inteligencia que se llama, vamos. Y yo al tío, Mierda, mierda, y ahora qué, en metro para allá, ¿no? Y él, Sí, espera, voy a llamar para confirmar, por si hay algún problema y quieres pagar alguna noche aquí; y yo, Pues sí, gracias, porque ya a saber. Y el chico llama, se pone a hablar en inglés y yo no entendía nada excepto cuando intentó decir mi nombre, que lo decía mal, pero le vi asentir y entendí que les dijo que en 40 minutos yo estaba allí, 40 minutos más de viaje… Y luego a mí, Sí, mira, ésta es la dirección, 53 Eccleston, y éste el teléfono; y me los escribe, y sigue, Y me han dicho que sí que estás en el ordenador pero que como ya no hay nadie en recepción –y yo pensando, Joder, joder, a ver…– tendrás que dejar el DNI o algo y ya mañana pagas. Y yo con un suspiro de tranquilidad y ya recogiendo de nuevo la maleta y las bolsas, Aahh, vale, vale, pues nada, gracias, me voy para allá… Y el tío, Venga, suerte…

Así que tuve que salir de allí con un bajón que te cagas cuando ya había empezado a relajarme pensando que había llegado a la primera meta, exhausto, hambriento, sudado, muerto de sueño, de resaca; me dolía todo, incluso partes del cuerpo que hasta entonces ni sabía que existían, tenía ya las manos con pequeños callos de cargar la maleta, y los hombros y la espalda ya a punto de estallar. Eso sí, ahora al menos el parque era cuesta abajo. 

Por lo que pronto llegué a la avenida del principio y empecé a andar hacia el metro mirando el papelillo, 53 Eccleston, y pensando en lo tonto que soy y en la mala suerte (que combinada con mi estupidez ya es la bomba) y si en algún día eso podría cambiar. Yo por allí andando, con la maleta que ya no pesaba 25 kilos sino 250 y con las dos mochilas que iban poco a poco horadando mis hombros, cansadísimo (como Gael García Bernal tras el Festival de Cannes), con el estómago desoladoramente vacío, con unas ganas enormes de poder echarme en una cama y dormir, y con un inicio de depresión que me hacía preguntarme una y otra vez, ¿¿Pero qué mierda hago yo aquí??, y pensando también otra vez en el metro, en interminables escaleras y pasillos, en las puertas con tornos en los que no cabe la maleta… Así que me fijé en los autobuses de la primera parada que encontré y vi que uno de ellos se dirigía a Victoria, y que además eran menos caros, 1,50 libras el billete sencillo más barato (unos 2,25 euros), por lo que me quedé allí esperando. Increíblemente el bus llegó enseguida, aunque me decepcionó ver que era un autobús normal, no uno de esos de dos plantas, pero bueno, subí en él y desde el primer momento me mantuve todo lo atento que pude al oscuro exterior para reconocer Victoria y no pasarme de parada. Tras un viaje largo y lento reconocí Victoria Place y me bajé en la siguiente parada, saqué el plano de la guía y vi que precisamente en ese cruce, entre Victoria Place, Victoria Station y Victoria Coach Station (de ahí que la zona se llame Victoria) empezaba precisamente Eccleston Street. La encontré rápidamente y maravillado de que por fin todo fuera saliendo bien, empecé a recorrer esa calle en busca del número 53 y pensando ya otra vez en la ducha, en la comida y en una cama. Y es que, cuánto cambian nuestras apreciaciones de esas benditas comodidades materiales en cuanto dejamos de tenerlas… Así que ahí estaba yo, por Eccleston Street, buscando el número 53, reventado, hecho una mierda, hasta los huevos de Londres, andando totalmente solo por la calle (a todo esto, ya serían las 11 y pico de la noche). 19, 21, 23… 29, 31, 33… y Belgrave Place. Marcha atrás, de nuevo Eccleston Street, 33, 31, 29…, 29, 31, 33, Belgrave Place. ¿¿¿??? ¡¡El 33 era el último número de Eccleston Street!! Y yo ya con ganas de llorar y de suicidarme y de dejar de sufrir. Pero no, hay que seguir adelante. Belgrave Place era una especie de jardín, y más adelante seguía la calle, así que, pensé, por allí seguirá Eccleston Street desde el 35. Voy para allá y, evidentemente, no seguía Eccleston Street sino que comenzaba Belgrave Square. Y yo ya que no sabía si reír o llorar o gritar o ponerme a bailar el Ball de la Safanoria allí en medio de la calle. Vuelvo para atrás, al número 33, allí parado, mirando la casa número 33 de Eccleston Street, mirando mi papelito que decía, 53 Eccleston, y mirando otra vez la casa número 33, en Londres, de noche, ya refrescando aunque yo estaba sudando, con mi maletón y mis dos mochilas, ni un alma por la calle, apenas pasaba de vez en cuando algún coche, y yo allí, de pie, mirando como hipnotizado el número 33 y la placa que decía, Eccleston Street, y más pequeño, SW1 Westminster City. Y pensando en si habrá vida después de la muerte, en si las hojas de los arbustos de Begrave Place serán comestibles, en si podría buscar algún rinconcito recogido y caliente y disponerme a pasar la noche allí. Pero no, hay que seguir hacia delante. Volví hacia atrás por Eccleston Street por si se bifurcara de algún modo y los otros números siguieran por ahí o algo o yo qué sé, mi mente estaba más confusa de lo habitual y yo ya no sabía qué pensar. Y como respondiendo a mis delirios, encontré una callecita que se abría bajo un portal, muy cerca de la esquina con Belgrave Place. Me introduje sin mucha esperanza y como no podía ser de otra forma, ya no recuerdo cómo se llamaba pero no era ninguna continuación de Eccleston Street sino un pequeño pasaje con otro nombre y con su propia numeración. Y yo, que gracias al cansancio y al hambre me encontraba como flotando en una especie de limbo que me salvaba de caer en la desesperación y que me hacía dudar de si todo aquello era realidad sueño, volvía una y otra vez al número 33, lo miraba fijamente, seguía andando y cruzaba Belgrave Place, llegaba a Belgrave Square, volvía hacia atrás a Eccleston Street, miraba el número 33, sonreía con una especie de sonrisa nerviosa y delirante, como los locos, volvía a cruzar la calle… y todo con la maleta, las bolsas, la resaca, el dolor, el cansancio y las ganas de morir y de acabar con aquello de una vez por todas. Pero, ah, veo una pareja de gente mayor que pasea confiada por la otra acera y yo crucé la calle rápidamente y me dirigí hacia ellos como un psicópata. Sorprendentemente no huyeron sino que me esperaron y se esforzaron en comprender mis balbuceos, 53 Eccleston, but it finishes in the 33, there, but I have to go to the 53, but after 33 is nothing, another street, look; y les enseñé el papelito, ellos lo miraron y se interrogaron entre ellos deseando ayudarme, y es que tenía que causar una honda impresión ver a un personaje como yo, al borde la locura, extenuado y respirando con ansiedad, con los ojos hundidos y encorvado por el peso, no sólo de los miles de kilos de mi equipaje sino de todo Londres y de toda la Gran Bretaña y de la Reina Madre y de Carlos de Inglaterra y sobre todo de mi propia estupidez. Pero aquella pareja no tenía ni idea de donde estaba el número 53, y yo en mi flaqueza intelectual pensé que a lo mejor me dejaban pasar la noche en su casa y que me daban de cenar y pensé en una sopa caliente y me vi como una especie de Oliver Twist. Pero nada de eso ocurrió sino que el hombre sólo me dijo que él creía que estaba al otro lado del cruce de Victoria, y yo estúpidamente le creí y les di las gracias contento y me puse de nuevo en camino. Pero obviamente, al otro lado del cruce de una calle que en sentido contrario empieza por el número 1 hasta el 33, no sigue esa misma calle desde el 35, sino que empieza otra calle diferente. Aun así mi mente ya no funcionaba muy bien ni seguía los caminos de la lógica, y si me hubiesen dicho que Eccleston Street seguía en una especie de calle volante que se mantenía suspendida a 200 metros de altitud, también lo habría creído, por lo que me fui para allá hasta que descubrí que no, que al otro lado lo que había era otra calle distinta, sin más. Así que volví una vez más, como un autómata, como un viejo elefante que busca un lugar donde morir, hasta el 33 de Eccleston Street. Y de nuevo saqué mi guía y busqué y busqué pero en el plano no decía nada más ni ponía los números de las calles sino sólo los nombres de algunas de éstas, entre ellas de Eccleston Street, donde yo estaba, en el puto número 33. Entonces todo se vuelve un poco confuso. Sé que pregunté a más gente que me fui encontrando, que di varias vueltas por todas aquellas calles, que incluso pregunté a un taxista y le dije que si podía llevarme al 53 Eccleston Street, que yo no lo encontraba, y me dijo que no, que estábamos demasiado cerca, que ya estábamos en esa calle, y yo, pero que se acaba en el 33, se acaba en el 33, 33, 33, y el semáforo se puso en verde y el taxi se fue, conduciendo por la izquierda y con el volante a la derecha y yo le miraba alejarse de mí.

Entonces, en una ráfaga de lucidez que se abrió paso entre el cansancio, el hambre, el sueño y la estupidez, cogí de nuevo el papelito y recordé que el tío de la primera Holland House me había escrito también el teléfono de mi Holland House… Así que rápidamente, sin tiempo ni para insultarme a mí mismo, saqué el móvil y llamé, pero ni siquiera daba señal, yo llamé, llamé, llamé, pero nada, sólo ruidos extraños. Pensé que mi móvil no funcionaba con la red inglesa o que yo qué sé, pero el caso era que no podía llamar. Entonces, y siguiendo con esa especie de nueva lucidez recobrada, pensé en llamar desde una cabina, ya que adonde llamaba era a un fijo de Londres, por lo que en una cabina no debía haber problemas. Fui a la más cercana pero sólo funcionaba con tarjeta de teléfono para cabinas, ni con monedas ni con tarjeta bancaria. Fui a otra y lo mismo. Y por ahí ya no se veían más, pero pensé que todas serían iguales. Así que seguí intentándolo con el móvil, pero no daba señal, sólo ruidos extraños. Aun así, y ya presa de una especie de frenética ansiedad, me dirigí a Victoria Station, alejándome un poco de Eccleston Street, donde había una parada de taxis. Me dirigí al primero que llegó y haciéndome el tonto extranjero (lo cual no me costaba mucho) le enseñé el papelito con la dirección y me dispuse a subir al taxi. Pero el tío no me abría la puerta y me decía algo que yo, por supuesto, no entendía. Yo, Sorry?; y él hablando, y yo, Sorry??. Y al final sí pude comprender que me decía, ¿Pero es Eccleston Street, o Eccleston Place, o Eccleston Bridge o qué?; y yo viendo entonces como una lucecita al fondo de mi cerebro, No lo sé… yo pensaba que Street, pero no lo sé… y el taxista, Pues entonces no te puedo llevar, pero siendo el 53 creo que está por ahí, a la izquierda del puente, que es Eccleston Bridge; y se fue. Yo salí y crucé el puente, que efectivamente se llamaba Eccleston Bridge aunque estaba separado de Eccleston Street por varias calles, pero allí a la izquierda empezaban otras calles, di varias vueltas pero no vi nada que se llamara Eccleston. Así que, una vez más, volví al 33 de Eccleston Street, pero ahora convencido de que el 53 tenía que ser de otro Eccleston, Place o lo que fuera, y que tenía que estar por ahí, alrededor de Eccleston Street. Di varias vueltas, y siempre con la maleta y las bolsas, y siempre con el hambre y el sueño, y cansado como no lo había estado en mi vida. Pero nada, allí no había nada. Ya por hacer algo, por quemar los últimos cartuchos y mientras de reojo ya buscaba algún sitio más o menos calentito donde poder pasar la noche, volví a llamar al teléfono del papelito. ¡Y una de las veces dio señal…!, agarré el teléfono con fuerza y esperé que alguien contestara, pero nada, sólo señal, biiiiip, biiiiip, y de repente el contestador, y yo, mierda, mierda, pero volví a llamar, porque en un puto albergue alguien tiene que haber para coger el teléfono aunque fuera de noche, que serían pues la 1 y pico o por ahí. Así que marqué de nuevo y otra vez dio señal, yo esperé y esperé y, ¡sí!, alguien respondió, le dije en un inglés que a la fuerza había mejorado bastante en pocas horas que vale, 53 Eccleston, pero Eccleston qué más; y me entendió y me dijo que era 53 Eccleston Square; y yo, Dios dios, que al final no duermo en la calle; y yo, Vale, pues yo estoy al final de Eccleston Street, ¿dónde está Eccleston Square?; y él, al otro lado del puente, al otro lado de Eccleston Bridge. Así que el taxista tenía razón. Y yo, Vale, en 10 minutos llego. Y me fui otra vez para allá. Crucé el puente y aunque ninguna calle se llamaba Eccleston seguí andando. Y sí, un par de calles más allá había un jardincillo y las placas decían Eccleston Square, así porque sí, a dos calles de Eccleston Bridge y lejos de Eccleston Street. Putos ingleses. Pero bien, había llegado, el corazón me latía con fuerza y empecé a pensar otra vez en una ducha caliente, en comida y en una cama… Comencé a buscar el 53 y pronto lo encontré, llamé al timbre y me abrió un chico, le dije que era el que acababa de llamar y él, Sí, sí. Me pidió el DNI, miró en el ordenador, me dio la llave de la habitación 301 y me dijo, Mañana por la mañana tienes que pagar y entonces te devolverán el DNI. Y yo, Sí, sí, mañana, mañana… Subí al tercer piso, encontré la habitación, entré, estaba vacía, con tres camas pero dos desechas y una intacta y con la ropa de cama al lado, dejé la maleta, la abrí y busqué la toalla y el pijama, vi que no me había traído ningún pijama, cogí un pantalón de deporte, una camiseta y las chanclas y me fui a la ducha, en el pasillo. Me metí y bajo el chorro de agua caliente se me fueron poco a poco todas las penas y pensé que, fueran como fueran los días siguientes, peores no podrían ser y la cosa tendría necesariamente que ir a mejor.

Working in Zara Oxford Circus

Working in Zara Oxford Circus

Olvidad todo lo que aprendisteis en el Zara de Montparnasse: trabajar en el de Oxford Circus es como elevar a la enésima potencia el Zara Way of Work, que es en realidad todo un Way of Life. 

Desde que empecé a trabajar el miércoles pasado, y sin contar el domingo, que libré (porque aquí también se trabaja los domingos, claro que sí) y me fui a Greenwich con gente del hostel, no he podido parar hasta hoy martes, y echándole cada día un mínimo de 9 horas y media (al menos, eso sí, parando una para comer) de doblar, doblar y doblar, de apilar con perfección milimétrica, de continuas carreras por la tienda y por el almacén, donde es más difícil encontrar algunas chaquetas y camisas que una aguja concreta en un montón de agujas (en un pajar sería más fácil), con sus interminables y altísimas estanterías y rieles que nos obligan a jugarnos la vida escalando por las estanterías o subiendo a unas escaleras algo chungas. Más de 9 horas de atender a engreídos clientes incomprensibles (donde esté la cortesía parisina, por falsa que pudiera ser a veces, que se quite el estúpido e impersonal comportamiento londinense), de no entender lo que te dicen, de tratar tú de hacerte comprender, de buscarles más tallas y modelos y ver como después no sólo no lo compran sino que lo tiran por cualquier lado y de cualquier forma. 

Por decirlo de algún modo simple y claro: es una mierda. Pero es un trabajo, mi trabajo, y hay que hacerlo porque no tengo otra cosa y porque hay que comer. Con razón les cambiaba la cara a los managers cuando en mi entrega de curriculums les decía que tenía experiencia: porque nadie con experiencia vuelve a Zara; y por eso no me quisieron dejar escapar en el de Oxford Circus: porque no podrían haber encontrado a otro incauto Zara boy con experiencia que quisiera trabajar ahí. No es que el trabajo sea difícil (aunque hay cosas que tienen su miga), pero sí es bastante duro, muy exigente y realmente agotador, y no sólo por el hecho de estar más de ocho horas de pie de aquí para allá. Hay que hacerlo todo (y ‘todo’ es una enorme cantidad de cosas, muchas más de las que piensa quien nunca ha trabajado aquí) tan rápido y de un modo tan perfecto, que acabas realmente vacío y sin ningún deseo de volver. Pensaréis, ¡qué exagerado de mierda!, se quiere hacer el mártir y tal; y sí, un poco exagerado y mártir sí que soy, la verdad, pero también es peor de lo que se puede creer desde fuera. De hecho, mis compañeros me han dicho que en esta tienda hay mucha gente sin ninguna experiencia similar que empieza a trabajar (sobre todo en la sección de mujer, que es aún bastante peor que la de hombre) y que el segundo o tercer día no vuelve, o que incluso se va fuera en la pausa para comer del primer día y ya no vuelve, y que hay gente que los primeros días acaba llorando. Y a quien aguanta varios meses como vendedor (si eres un manager ya la cosa cambiar, evidentemente), los demás le admiran y acaba convirtiéndose en una figura semilegendaria.

Pero no todo es tan terrible. Es muy cansado y eso no cambia por mucho que lleves ahí, pero enseguida te acostumbras (al menos si ya se tiene experiencia, aunque fuera en un Zara mucho más tranquilo como el mío de París) y cuando conoces bien la tienda y el almacén, ya no es tan jodido y vas tirando y los días, sin que te des mucha cuenta, van pasando y ahí estás, sobreviviendo en esta ciudad de locos. Además, toda la plantilla son gente de puta madre, y el sufrimiento compartido une que no veas, así que enseguida te haces amigo de todo el mundo y el ambiente es bastante bueno, aunque los managers nos dan mucha caña y cuando se ponen serios, se ponen serios, pero también con ellos hay muy buen rollo y muchas bromas y en ese sentido se está muy bien, la verdad. 

Pero eso sí, el sábado fue ya caer en el oscuro abismo de la locura… hubo un momento por la tarde que me quedé unos instante paralizado, bloqueado, cuando me vi solo en medio de la tienda sin ningún compañero, rodeado de lo que parecían cientos de clientes, con todo hecho una mierda, toda la ropa tirada, por el suelo, por todas partes, una enorme cola para los probadores, que rebosaban de ropa y perchas y de los cartones, el papel y las pincitas con las que hay que doblar las camisas, que se amontonaban por doquier a la espera de que las devolviéramos a su perfecta forma rectangular; y miles de prendas que habíamos sacado del almacén para reponer lo vendido y que había que colocar en su sitio; y decenas de clientes que te hablan, preguntan, se quejan, protestan y destrozan todo y te hacen pensar, pero qué mierda hago yo aquí. Para haceros una idea, imaginad el Jardín de las delicias o el Barco de los locos de El Bosco. Cerca de las ocho, poco antes de cerrar, la tienda estaba de foto, parecía un paisaje apocalíptico, postnuclear, daba casi ganas de llorar. Y ala, ponte a dejarlo todo perfecto… Pero bueno, hay que hacerlo y se hace y ya está.

Además, luego por la noche nos fuimos muchos de la tienda de fiesta, porque Sandra, una de las de Menswear, se vuelve a España. Primero nos tomamos unas pintas en un pub de al lado (en mi caso me tomé solo una y ya fue todo un lujo que me permití) y luego fuimos a un club que hay más arriba en Oxford Street, el 101 (aunque aquí lo llaman el uno-cero-uno, no el ciento uno), en el que pudimos entrar sin pagar porque éramos un montón y hubo un par que les comieron la cabeza a los porteros (que eran los típicos de dos por dos que dan un “buen” rollo que te cagas), porque si hubiera habido que pagar, aunque “sólo” eran 3 libras, me habría vuelto a casa (bueno, al puto hostel). Y allí, pues bien, un sitio bastante normalito con música bastante normalita para mi gusto, pero bien. Y la peña venga a hacerse pintas, y yo ahí que el poco alcohol que había consumido en el pub lo había meado hacía ya una hora. Y es que por cabezonería y estúpido orgullo no dejé a nadie que me invitara ni que me dejara dinero, que casi todo el mundo me lo ofrecía. Y me acabé yendo antes que la mayoría, porque estaba realmente cansado y era el único que seguía totalmente sobrio. Y eso que una de las más bonicas de mis compañeras me insistió en que me quedara, que ella no solía salir ni beber, que no iba a volver a verla así en mucho tiempo… y yo pensando, mmmm, ¿me estará enviando algún tipo de señal? (ojalá, pero no lo creo, la verdad, aunque yo estaba medio guapo y todo, ahí de traje y corbata, porque aún no tenía taquilla para dejar el uniforme), pero es que ni así podía quedarme, y además, desde que hablando antes en el pub me había enterado que tenía novio hace dos años, pasé totalmente: estoy ya lo suficientemente harto de las chicas en general como para encima meterme en una movida así. Pero que muy bien, estuvo muy bien y eso, que todos son muy buena gente y hay un ambiente muy bueno. 

Y me volví en autobús, porque era tarde y ya no había metro (que sobre medianoche deja de haber, como en París), aunque siempre que no tengo prisa voy en autobús, porque mola más y es más barato que el metro. Cogí uno de dos pisos y me subí al de arriba, como siempre. Y es toda una aventura: aquí los buses no sólo conducen por la izquierda y tienen el volante a la derecha, sino que van como locos, rapidísimo, con frenazos y tomando las curvas de una forma que aún no entiendo como no tumban con lo altos e inestables que son. Es la hostia pillar un autobús de ésos. Y es que además esa noche, que yo iba derrumbado entre los dos primeros asientos de la parte de arriba en plan chulo-londinense-de-traje-y-corbata-un-sábado-de-madrugada, nos empezaron a adelantar de repente toda una serie de coches deportivos y/o maqueados que iban aún más locos y más rápidos, adelantándose a toda hostia y haciendo maniobras que ponían los pelos de punta (aunque si pillaban un semáforo en rojo se paraban todos y se quedaban en fila con los motores rugiendo). Y yo ahí flipando y pensando, ¿será esto una carrera ilegal por las calles nocturnas de Londres?, y supongo que sí, porque tenía toda la pinta. Increíble. Así que ya sabéis, fans de The Fast and the Furious (o “traducido” al español: A todo gas), esas carreras existen, al menos en Londres (aunque, eso sí, respetan los semáforos y no se disparan entre ellos –¿en la película se disparan entre ellos?–).

Y es que me encanta vivir en una ciudad de éstas. Londres. París. 

Y aun así, cuando llegué al hostel y como si pudiera renunciar a valiosísimo tiempo de sueño (no veáis como roncan mis dos compañeros, el primer italiano y otro que llegó después), estuve un par de horas leyendo en la cama. Y al día siguiente, esto es un no parar (ya me empiezan a estar grandes los pantalones y se me caen hasta con el último agujero del cinturón) madrugar para pillar el desayuno (que los fines de semana te dan hasta un huevo frito, una salchicha, una loncha de bacon y unas pocas habichuelas de ésas rojas de aquí; no veas como se estiran los cabrones), poner una lavadora, “tender” toda la ropa por los cajones, mesa y demás de la habitación, y a Greenwich con Sonia, Maria José, Manu y Pablo, que está aún dentro de Londres, aunque tardamos cerca de una hora yendo en autobús (con un trasbordo). Pero ésa ya es otra historia.

Zara boy again

Zara boy again

Sí, mañana volveré a formar parte de la gran familia Inditex, en el Zara de Oxford Circus.

A pesar de lo que alguien pueda creer, trabajar en Zara no es la ilusión de mi vida, pero hay que pagar la habitación cada semana y comer todos los días, y como primer empleo de supervivencia en Londres y teniendo en cuenta mi situación, no está nada mal. Como me dijeron el otro día, iban a tener una vacante para a partir de octubre, pero se les ha ido uno de los de Menswear y tenían que cubrir su puesto ya, y como yo tengo experiencia y el idioma no les importa mucho (la entrevista, ayer lunes, después de que yo me preparara todo un vocabulario y muchas expresiones en inglés, fue en castellano), ala, contratado. El problema es que igualmente no cobraré el primer sueldo hasta finales de octubre, cuando me pagarán todo ese mes y esta semana y media de septiembre.

Al salir de la entrevista me encontré con Ada, una chica española del hostel que también trabaja en ese Zara, y que estaba quemadísima porque acababa de discutir con la Area Manager y estaba muy enfadada y harta de Zara y de todo. Y lleva trabajando allí dos semanas. Y es que en general los españoles del hostel que también trabajan en Zara no están muy satisfechos que digamos con sus empleos. Esta mañana desayunando, por ejemplo, Antonio y María, ambos en uno de los Zara de Chelsea, sobre todo él, también han puesto a parir una vez más sus trabajos y a quejarse de no poder dejarlos porque de algo hay que vivir y Londres no está para tonterías. Qué guay. Y es que estamos todos igual, las conversaciones giran siempre sobre las mierdas de trabajo que tenemos, cómo y dónde poder ahorrar una libra más, si quedarnos en el hostel o jugárnosla en un piso... Con lo bien que se vive en España, viva el masoquismo londinense.

Pero bueno, el hecho es que mi primer objetivo ya se ha cumplido, he encontrado trabajo. Y el segundo objetivo, irme del hostel éste a un piso, se pospone, porque evidentemente hasta que cobre (y ya veremos si entonces) no tendré la solvencia económica necesaria para poder vivir en un piso o una casa aquí en Londres. Pero eso sí, y ya que obligatoriamente tengo bastante tiempo para encontrar una habitación en alguna casa, buscaré con tranquilidad algo que esté bien situado, que no sea exageradamente caro y preferiblemente compartida con no españoles o no con todo españoles, para tener que hablar inglés. Y es que aquí no estoy tan rodeado del idioma nativo como en París: además de incluso oír hablar español muchas veces por la calle y de estar en el hostel con decenas de españoles, en el Zara donde voy a trabajar el 90 por cien de la plantilla es española (ahí, dando oportunidades laborales a los pobres expatriados como yo), y ya cuando fui ayer para la entrevista vi cómo la mayoría de dependientes hablaban tranquilamente en castellano entre ellos mientras los clientes que esperaban ser atendidos les miraban raro. Y además aquí no voy a estar varias horas a la semana sentado en una clase de universidad en inglés, como sí hacía en París en francés. Así que me va a tocar poner bastante de mi parte para aprender bien este puñetero idioma. Aunque no todo es negativo: por ejemplo, la televisión que hay en el hostel es digital y puedes ver cualquier programa, serie, película o informativo con subtítulos, lo que va realmente muy bien para aprender la lengua. Y aquí todas las casas están bien equipadas (no como mi piso de París), incluyendo televisión (a veces también digital), dvd e incluso muchas veces Internet WiFi, por lo que se supone que podré seguir viendo televisión subtitulada en inglés. Y el tiempo que en París dedicaba a ir a clase, aquí podré dedicarlo precisamente al estudio del inglés. Vamos, que no me va a quedar mucho tiempo para mi quehacer preferido, que es no hacer nada o, en su defecto, rascarme el ombligo. Pero para eso vine, que ya casi tenía el ombligo en carne viva después de tanto rascarlo este verano.

Y que post más feo, aburrido y prosaico me está quedando. Pero bueno.

Pero no desesperéis, sufridos lectores, más divertidos serán otros posts, como cuando cuente la fiesta que nos pegamos unos cuantos el sábado, o como cuando cuente las peculiaridades y anécdotas de vivir en un hostel en Londres. Hasta entonces, qué remedio, este texto gris es lo que hay.

Zara London Tour

Ayer al fin conseguí contactar con el Head Office de Zara en Londres, pero sólo me sirvió para que me dijeran que la contratación la lleva cada tienda de modo más o menos independiente. Así que esta mañana he ido a un ciber chungo de aquí al lado a imprimir mi curriculum inglés y a fotocopiarlo en innumerables copias (en realidad no innumerables sino 10), y me he lanzado con esperanza e ilusión presumiblemente vanas a realizar el Zara London Tour. 

Primero he ido al más cercano, aquí al lado, en Victoria Street, y una inglesita muy mona me ha dicho que de momento no necesitan a nadie pero que se lo quedaba (no gracias a mi gallardo aspecto ni a mi purísimo inglés, sino porque ya tengo experiencia) para llamarme para una entrevista si en el futuro fueran a coger a gente. Muy bien. Después me he dirigido al vecino y pijo barrio de Chelsea, conocido entre otras cosas por un equipo de fútbol que tiene algo de dinero, viste de azul y cuyo entrenador es un tío muy majo y humilde, y por ser el lugar en el que David y Victoria Beckham concibieron a su primer hijo, y de ahí que le pusieran como nombre, precisamente, Chelsea. He ido primero al de Sloane Square, donde en un enorme y bonito Zara me ha atendido un chaval muy simpático, quien después de llevar un rato hablando (él) y chapurreando (yo) en inglés, me ha seguido hablando en castellano porque era español. Pero el mensaje ha sido el mismo: de momento no hay vacantes pero si fueran a necesitar gente me llamarían para entrevistarme. De ahí he caminado hasta el Zara de Brompton Road, en Knightsbridge, junto a los imponentes Harrods, los grandes y lujosos almacenes propiedad del papi de Dodi Al Fayet, quien supuestamente murió en París junto con su pareja, Diana de Gales. Ya en la tienda, de nuevo de gran tamaño y cuidado aspecto, me han atendido (ya no recuerdo quién, viva el Alzheimer) con igual simpatía y educación y hasta con las mismas palabras, que por ahora no necesitan a nadie pero que se lo quedaban por si bla bla bla. Guay, cero de tres, pero al menos me estoy comunicando en inglés con esta gente, aunque ya ves la dificultad, yo siempre digo lo mismo y ellos siempre dicen lo mismo, como para no enterarme. En fin, siguiente parada, Oxford Circus, donde en un radio de unos 200 metros hay nada menos que tres Zara. Entro primero en el que está propiamente en Oxford Circus, que es la calle más comercial de Londres y de toda la Gran Bretaña y está siempre abarrotada de turistas e incluso de ingleses deseosos de gastar estos graciosos billetitos con la cara de la insigne reina de Inglaterra. O lo que es lo mismo, un lugar en el que no me gustaría trabajar, porque ese Zara está siempre hasta los topes y sus pobres empleados van de un lado a otro corriendo y con una cara de agobio que no veas. Pues bajo a la sección de hombre y pregunto por un tal Juan Luis, como me dijo el chico de la Head Office con el que hablé, y le cuento todo el rollo y tal, y me dice que tienen que contratar a una persona para empezar a trabajar el 1 de octubre, que pronto empezarán las entrevistas y que me llamarán para una, ya que tengo experiencia previa y además vengo recomendado de la Head Office (¿recomendado?), lo que me da ya bastantes puntos. Así que bien, tengo ya grandes posibilidades de entrar en el único Zara de todo Londres en el que preferiría no trabajar. Pero bueno, sin desfallecer he ido al Zara que está más abajo, en la esquina entre Oxford Street y Bond Street (¿se llamará así por 007?, molaría, pero no creo), que es mucho más tranquilo, y en el que he recibido la misma respuesta que en los tres primeros. Bueeeeno. Vuelvo hacia arriba y voy hasta el Zara de Regent Street, que es en el que me gustaría trabajar si pudiera elegir: muy bien situado, entre Oxford Circus y Piccadilly Circus, muy bien conectado por metro vivas donde vivas, en una calle muy pija pero bastante más tranquila que Oxford Street (es decir, menos ventas pero más gordas, o lo que es lo mismo, menos trabajo y similares comisiones). Bajo a la sección de hombre (yo siempre diciendo que donde ya había trabajado es en hombre, que es mil veces mejor que en mujer, aunque se vende menos y las comisiones son menores, pero aun así vale la pena), donde no había casi nadie, y el hombre–típico–inglés que me ha atendido me ha dicho que sí que necesitan a gente, aunque también para octubre, que van a empezar las entrevistas pronto y que me llamarán porque tengo experiencia y todo eso. Así que guay, a ver si me pillan en éste. Pero no hay que dormirse en los laureles (sobre todo cuando aún ni siquiera los tienes sobre tu cabeza), y de ahí me he ido a la zona de Hyde Park y Kensington Gardens, donde hay otros dos Zara. Primero he buscado el de Queensway, junto a Notting Hill, en un barrio bastante tranquilo y multicultural, con gente y establecimientos de todo tipo por las calles. El Zara estaba en un desangelado centro comercial que no me ha gustado mucho, pero bueno, subo a la sección de hombre y la chica con la que he hablado me ha dicho de forma bastante estúpida que no que no, que no necesitaban a nadie ni nada; y yo, bueno, pero quedaos el curriculum (el CV, “siví”, como dicen aquí), y si en el futuro necesitáis a alguien, pues podéis llamarme, porque ya tengo experiencia y tal; y ella, bueno, si quieres, pero no te prometo nada eh. Nada, super maja, pero al menos he podido hablar ese rato ahí con ella bien, ¡un punto por mi inglés!, que ahí va, mejorando minuto a minuto (lo cual tampoco tiene mucho mérito, la verdad, teniendo en cuenta el paupérrimo nivel con el que me vine). Y de ahí he ido a High Street Kensington, no sin antes comprarme un bocadillo en un supermercado e ingerirlo en muy pocos minutos porque estaba ya desfalleciendo. Afortunadamente, el sitio estaba mucho más cerca de lo que parecía, y allí en otro Zara también bastante arregladete, el responsable de hombre, un chico negro muy grande y éste sí muy simpático, ha estado un buen rato hablando conmigo e interesándose bastante, y me ha dicho también que sí van a coger a alguien y que van a empezar a hacer entrevistas, y que cuenta conmigo. Así que guay, porque ahí también estaría bien trabajar, es una zona muy chula y tranquila y el que sería mi jefe parece bastante majo. Pero aún queda un Zara, el de Covent Garden, como no podía ser de otra forma, y que también promete estar siempre bastante concurrido, porque es una zona muy turística y comercial, así que tampoco es de mis preferidos, pero bueno, para allá que me he ido. Y nada, que tampoco necesitan a gente pero que se quedan el curriculum y etc, etc, etc. Dios, por fin, me he ido al metro y me he venido a Victoria y cuando he llegado a mi habitación en el hostel me he derrumbado en la cama, porque esto se cuenta rápido, pero han sido casi seis horas de largos pateos, varios viajes en metro y continuos esfuerzos lingüísticos. Y para no mucho botín, la verdad: tres promesas de entrevistas para empezar en octubre, lo que quiere decir que, si me cogen en algún Zara (que eso espero, al menos en la última entrevista sería la tercera vez que me preguntaran lo mismo: si no me cogieran ni en ésa querría decir que no merezco sobrevivir en una gran ciudad), pues eso, que aunque me cojan no cobraría mi primer sueldo, que tampoco sería gran cosa porque los extras los pagan con un mes de retraso, hasta finales de octubre… fecha que está bastante más allá de donde alcanzan mis recursos actuales… por lo que habrá que poner en marcha algún plan de emergencia… ¿prostitución?, ¿tráfico de drogas y/o de armas?, ¿dejar de hacer la comida de medio día y de utilizar el transporte público?, ¿andar todo el tiempo con la cabeza gacha a ver si encuentro un billete de 100 libras (que no sé ni siquiera si existen)?, ¿cantar en el metro (no, que hay que pedir permiso a las autoridades, y ya sabemos que a las autoridades del metro de Londres es mejor no contrariarlas…)? Son tantos los interrogantes y tan pocas las respuestas… 

Pero no importa, para eso vine, para meterme en problemas, así que ahora a echarle cara al asunto y a seguir hacia delante, siempre, y dentro de unos meses, cuando esté en un despacho de The Guardian en el Soho (no sé ni siquiera si tienen la redacción allí, pero bueno), recordaré estos duros inicios incluso con una sonrisa, un café en una mano, un bollo (o dos) en la otra, y hasta con algo de nostalgia…

Lost in London

Aquí estoy, ahora mismo en la habitación 301 de la Holland House, en el 53 de Eccleston Square, a dos pasos de Victoria Station, en el puto centro de Londres, aunque cuando publique este post, estaré sentado en la calle, en el portal del 65 de Eccleston Square, donde se pilla Internet wifi de gran calidad y rapidez y, sobre todo, gratis.

Qué decir de lo que es irse de repente a otra ciudad, a otro país, a otro mundo. Hoy es mi quinto día aquí y tengo la impresión de que llevo varias semanas, me he recorrido ya medio centro de Londres, lugares como Victoria, Buckingham Palace, el Parlamento con su Big Ben, la abadía de Westminster, el London Eye, Trafalgar Square, la National Gallery (qué maravilla que sea gratis), Leicester Square, Covent Garden, Piccadilly Circus, Regent Street, Oxford Circus, Oxford Street, la catedral de Saint Paul, el Millennium Bridge, la Tate Modern (qué maravilla también que sea gratis, aunque he leído que el gobierno está pensando en eliminar la gratuidad de los museos, putos cabrones capitalistas) con su impresionante vista desde el séptimo piso, el Shakespeare's Globe (después de una siestecita en el césped del jardín de la Tate), el Bankside, Portobello Road, Notting Hill... He viajado en el tube, he viajado en el piso de arriba de varios autobuses de dos plantas, he viajado a pie por estas increíbles y surrealistas calles de Londres... Pero en realidad es más como haber visto una película o una serie de fotografías, porque una ciudad realmente se conoce, verdaderamente atraviesas la pantalla y te sumerges en ella, cuando la vives, cuando estás el suficiente tiempo o vives en ella las suficientes experiencias, cuando te pierdes por sus calles a pie sin tener ni puta idea de dónde estás y descubres casualmente (o no) rincones y lugares que no aparecen en las guías pero que muchas veces son la clave o el alma o el sentido para conocer en verdad la ciudad.

En cuanto a aspectos más mundanos, aunque todo es mundano en realidad, y después de haber acostumbrado mi oído y mi lengua (ja!) a la incomprensible e impronunciable lengua de Shakespeare, de Byron, de Milton y del manager de mi hostel, llevo dos días llamando a una chica española de Zara que trabaja en recursos humanos en la Head Office y a la que envié mi curriculum en verano, quien me dijo que en septiembre necesitan a mucha gente, que la llamara en cuanto llegase, pero no responde al teléfono. Le dejé un mensaje en el contestador, pero evidentemente ella no me va a llamar, así que yo sigo llamando y gastándome mis escasos peniques cual posmoderno Oliver Twist con los pelos de punta. Pero como nunca lo coge, en estos momentos estoy dudando entre interpretarlo como una señal decisiva y definitiva para agotar mis pocos recursos económicos y lanzarme a vivir en las calles como un nuevo George Orwell, o interpretarlo como que tengo que dejar de llamarla y simplemente dejar un curriculum en cualquier Zara, porque teniendo experiencia y siendo español es altamente probable que pueda volver a formar parte de la gran familia Inditex. Y aunque la primera opción es tentadora, creo que esta tarde me pasaré por el Zara de Regent Street y dejaré allí mis credenciales.

En el hostel se está bien, todo es gente joven, simpática y mayoritariamente, como era de esperar, española (excepto yo, que no soy ni joven ni simpático ni español, pues soy un estúpido y engreído parisino). Comparto habitación con un colombiano que vive en Toulusse y que ha venido unos días a visitar a su hermano, que trabaja en el hostel, y con un napolitano que responde cien por cien a la imagen del típico italiano (como también respondían la mayoría de los italianos que conocí en París), que trabaja como camarero en un restaurante italiano (los tentáculos de la Cosa Nostra se extienden por toda Europa...) y que en unos días empezará a estudiar no sé qué en no sé qué escuela, y es que el pobre habla menos inglés que yo, que ya es decir. Y muy bien con ambos, aunque Paolo ronca como un cabrón y hace mucho ruido cuando se levanta, pero bien, un par de hostias bien dadas y seguro que se le quita la tontería. No, que bien, pero siempre es mejor un piso, al menos para mí, porque aquí hay gente que lleva viviendo años en el hostel... y es que encontrar una habitación para ti solo, sin compartir, en un piso pagando lo que cuesta el hostel y que esté céntrico es absolutamente imposible, así que yo también he empezado a replantearme mis intenciones inmobiliarias, pero aun así, si cuando tenga trabajo me lo puedo pagar, prefiero mi propia habitación en un piso aunque no esté tan céntrico como estos hostels y aunque me cueste más caro.

Y cuando ya esté establecido y asentado en el universo londinense y hable ya con cierta gracia y con acento iberut este puto idioma, empezaré con tranquilidad a buscar otro empleo más o menos relacionado con el mundo del periodismo, de las letras, impresas si puede ser (¿qué tal trabajar en The Guardian junto al inefable Timothy Garton Ash?). Y si pasan los días, las semanas, los meses y nada encuentro y me canso de mi esclavitud consentida en un Zara o en una cafetería o en un supermercado, me empezaré a plantear mi próximo movimiento: ¿Nueva York, Los Ángeles, Buenos Aires, Barcelona...? (ese interrogante parece una canción de M-Clan). Pero hoy es hoy y por el momento soy un puto inmigrante desempleado y que desconoce la lengua nativa, sin más pero sin menos, porque lo cierto es que no me desagrada nada ser un puto inmigrante desempleado y que desconoce la lengua nativa, no me desagrada ese aire de fugacidad, de inestabilidad, de infinitas posibilidades, que me rodea como un espejismo o como un fantasma y que pronto se desvanecerá seguramente entre perchas, vaqueros y clientes estúpidos que no encuentran la talla que andan buscando. Pero hasta entonces y aunque nada extraordinario ocurra, todo es posible.

Pero voy a dejarlo, ya ha venido el chico-inglés-con-cara-de-amargado que limpia la habitación todas las mañanas, y aún tiene que pasar la aspiradora por esta moqueta que por muchas aspiradora que le pasen no tiene remedio (al lado de ésta, la moqueta verdeazulgris de mi piso de París era una suave alfombra persa). Yo me acicalaré un poco (pero no mucho) y me iré al 65 a enviar estas palabras al ciberespacio, y de ahí al Soho a dar una vuelta y me pasaré por Regent Street, que hace de límite del Soho al sur, para jugarme a la carta de Zara mi más inmediato destino laboral.

Sé que este blog es más simple que el mecanismo de un botijo (aunque el funcionamiento de un botijo tiene su cosa, eh) y que tiene menos gracia que Míchel comentando partidos de fútbol, pero cuando pueda conectarme a Internet tranquilamente en algún lugar que cuente, no sé, con silla, mesa, paredes y techo por ejemplo, ya lo iré mejorando (o no). Sé también que el texto de este post es una mierda aburrida y gris, pero os aguantáis, aunque espero y supongo que el estilo se hará más ameno en próximos posts (o no); no, esto sí, a mí tampoco me gusta que sean tan serios y planos. Y ya está, y no os matéis todos a poner comentarios, que os conozco.

(La fecha está equivocada, hoy es jueves 14 de septiembre -en Ibi esta noche es la Olleta- y ahora es más o menos, aquí en Londres, mediodía)

(Si alguien no se enteró de la existencia del blog por el email que envié, que no se pique, se lo envié a todos los grupos que tengo en las direcciones de Hotmail, y es probable que haya direcciones que tengo por ahí perdidas fuera de los grupos)