Blogia
Aventuras y desventuras de Chemi en Londres

Saturday Night Fever & Zara again

Once upon a time… Era el primer sábado que yo pasaba en Londres. No tenía ningún plan, apenas conocía a gente en el hostel, algunas breves conversaciones durante los desayunos y las cenas con algunos españoles, tímidos inicios de amistad. Pero por la noche me crucé con una chica española, Sonia, a la que ya conocía un poco, y dos chicos, Ezequiel, argentino y Alejandro, colombiano (más conocido como ‘Comandante’ por su cierto parecido con el Che), que me dijeron que iban a comprar cervezas, que si iba con ellos. Y fui con ellos. Y yo, ¿Pero qué idea tenéis?, ¿beber en el hostel y luego salir o sólo estar ahí bebiendo y hablando o…?; y ellos, Pues no sé, de momento nos beberemos esto y luego ya veremos. Y compramos cerveza, para nosotros y para más gente, enormes y baratas latas de cerveza. Y yo, ¿Y dónde vamos a beber?; y ellos, Pues no sé, solemos ir a la habitación de Víctor y Manu… Y yo, Bueno, la mía es triple y ahora estoy solo, así que podemos ir; y ellos, Ah, pues guay, vale. Así que fuimos a por los tales Víctor y Manu (¿Pero tienes música en tu habitación?; y yo, Sí, puedo poner el ordenador; y ellos, ¿Pero podemos fumar porros en tu habitación?; y yo, Sí), y mientras esperábamos a Ezequiel en la escalera, porque él iba a ir a la habitación de Víctor y Manu y no sabía que habíamos cambiado de destino, apareció un chaval llamado Prasad que hablaba un inglés muy raro pero extrañamente comprensible, de madre india y padre norteamericano (él es de California), muy delgado, que se movía de un modo algo peculiar, que conocía a Sonia, que al vernos con cerveza se interesó por nuestras intenciones, y que tras conocerlas nos invitó a beber en su habitación, en la que lleva viviendo cuatro años. Por lo que finalmente fuimos a la invitación de Prasad. Que parece cualquier cosa menos una habitación de hostel: dos televisores, dos ordenadores de sobremesa, un portátil, la Play Station 2, microondas, cafetera, licuadora, tostadora, nevera (llena de cerveza), todas las paredes cubiertas de fotos, posters, y gente que entraba y salía en todo momento. Estuvimos allí unas dos horas, nos bebimos las cervezas que llevábamos nosotros, nos bebimos casi todas las cervezas que había en la nevera, el resto de gente fumaba porros, vimos vídeos de conciertos, algunos grabados por el propio Prasad en Los Ángeles, como él mismo no se cansaba de recordarnos, Hey men, what a fucking concert men. Bueno. De todo lo que vimos, la canción con la que yo me quedé fue Where is my mind?, de los Pixies, cuyo cantante la cantó con Brian Molko en un concierto de Placebo. Al día siguiente descubrí con sorpresa que yo tenía la canción original en el ordenador en una selección de clásicos del rock de los 70 y 80, y tiempo después, ya trabajando en Zara, un día que me dio por cantarla, uno de mis compañeros, Massi, un italiano muy majo, me estaba oyendo y me dijo en su gracioso castellano, No lo sé, pero ya veo que no está por aquí. Pero aquel sábado, cuando se acabó el alcohol, aumentado nuestro grupo con una incorporación de italianos, y ya bien iniciados en el sagrado ritual de la ebriedad (aunque aún con un pequeño cargamento de cerveza), decidimos que teníamos que movernos y nos dirigimos a Victoria Station para coger un autobús e ir a una discoteca cuyo nombre he olvidado. Yo, pensando en mis escasos recursos económicos, pregunté si habría que pagar entrada, y el tal Prasad me dijo con su habitual fanfarronería que sí pero que luego teníamos cerveza gratis. Y yo, ¿Cerveza gratis?; y él, Sí, cerveza gratis. Pronto llegó el autobús, de dos plantas, ocultamos las latas, subimos a la de arriba y ocupamos toda la parte posterior, donde seguimos bebiendo, hablando, riendo. Pero a los pocos minutos el bus se detuvo en medio de la calle. Nos asomamos a las ventanas y vimos que había una mujer plantada en el asfalto frente al autobús y haciendo extraños aspavientos. Alguien dijo que el sitio al que íbamos no estaba lejos, así que nos bajamos del bus, nos quedamos un momento viendo cómo la mujer aquélla no dejaba de gritar y de mover los brazos en medio de la calzada, viendo cómo al conductor del autobús se la sudaba totalmente y estaba apoyado en el volante y mirándola riendo, y viendo cómo se iba formando una larga cola de coches y autobuses en aquella avenida, y poco después seguimos nuestro camino. Enseguida llegamos a la discoteca, en cuya puerta acabamos con rapidez la cerveza que aún nos quedaba y entramos, previo pago de unas pocas libras, cuatro o cinco o no sé, y yo vi con sorpresa cómo el ticket de entrada me informaba de que luego habría comida gratis (¿cerveza gratis?, ¿comida gratis?, ¿¿en una discoteca de Londres??). El sitio, muy normalito, tenía dos plantas, en la inferior la pista era más pequeña y abundaban las mesas y sofás y en la superior apenas había asientos y era más que nada una pista de baile. Nosotros subimos a la de arriba y todo el mundo excepto yo empezó a pedir pintas en la barra, lo cual ya me hizo sospechar de aquella declaración de que allí conseguiríamos cerveza gratis. Y finalmente, entre el calor, la sed, el no saber qué hacer con las manos y el ver que de cerveza gratis nada, yo también caí y me pedí una de la marca más barata que hubiera. La música en general era bastante mala, e igual ponían Bon Jovi que pop inglés que dance, pero guay, nosotros llevábamos encima muy buen rollo, estábamos ebrios y contentos y nos reíamos “bailando” y haciendo todo tipo de gilipolleces. El resto de gente era en su mayoría ingleses (ingleses, que no inglesas), altos, blanduchos y delgados, y no respondían a la imagen que yo tenía de ellos (forjada por los innumerables guiris que asaltan nuestras playas en verano), porque estaban más bien paraditos y miraban como con miedo a las pocas chicas que había por allí, pero no sé, tal vez fuera el sitio o la hora o yo qué sé. Y así pasaba la noche, tranquilamente, entre cervezas, movimientos arrítmicos de nuestros cuerpos y breves conversaciones entre gritos al oído. Y después de esa primera pinta que todos habíamos pedido, los demás empezaron a pedir una segunda, y una tercera. Los demás, porque yo sólo con la primera ya había consumido todo mi presupuesto para mis cinco primeros sábados en Londres. Así que le dije a Prasad, A ver, espabilado, ¿dónde está esa famosa cerveza gratis?; y él, mientras repetía incansable, Ey man, fucking, man; cogió una pinta medio vacía que encontró sobre una mesa o sobre una repisa de la pared o de una columna y la fue rellenando con todas las demás pintas que iba encontrando, y cuando estuvo llena me la dio y me dijo, Free bier; y yo la cogí, la miré con cierta repugnancia, le miré a él, que sonreía satisfecho y pensé, Cierto, los estadounidenses son estúpidos; sonreí como diciéndole, Sí, je je, free bier; y dejé esa cerveza megamix en una mesa o no sé dónde. Pero ah, al poco rato vi cómo no sólo Prasad sino también todos los demás cogían con toda naturalidad pintas casi enteras (que es más inteligente y menos asqueroso que rellenar una casi vacía con varias diferentes) que sus dueños habían dejado momentáneamente en alguna mesa o repisa y se las iban bebiendo felizmente. Y como a mí me daba palo, pues ellos cogían una más y me la pasaban, pero así, la primera que encontraran y que estuviera casi llena, y éramos bastante gente, y todos lo hacían, y yo pensando, Bueno, en cuanto un inglés larguirucho de éstos se de cuenta de que les estamos robando las pintas en su cara, la hemos liado. Pero no sé si es que son estúpidos y no se daban cuenta de cómo las cervezas les desaparecían casi enteras en cuanto las dejaban en algún sitio, o es que nos tenían miedo porque éramos bastantes y éramos extranjeros y estábamos haciendo los cabras, o qué, pero nadie nos dijo nada y no pasó nada, y estuvimos toda la noche, efectivamente, bebiendo cerveza “gratis”.

Y, mmmm, no sé, pero cuando pensaba en escribir este post, la historia sonaba como más divertida o entretenida o interesante o no sé, pero entre que llevo varias días escribiéndola a ratos, que ya hace un mes de aquella noche, que cuando me pongo a escribir estoy reventado de trabajar en Zara… El caso es que en realidad poco más pasó aquel sábado que no pase casi cada sábado por ahí de fiesta. Excepto, tal vez, que en aquella discoteca vi a una de las chicas más guapas que he visto en mi vida. Ahora ya apenas la recuerdo, pero en ella estaban todas las razas, era morena, de piel y cabello, y siendo occidental, de rasgos algo asiáticos. No sé, era espectacular, era preciosa, extraordinariamente guapa. Y además llevaba una falda muy corta. Les dije a los demás, Dios, estoy viendo a una de las chicas más guapas que he visto en mi vida; y Prasad, que no está flipado ni nada el pobre chaval, me dice, Va, te la presento y le digo que te gusta; y yo, ¡No!; y él se acercó, la miró, se vuelve y me dice, Es demasiado guapa para ti; o algo así, pero que lo dijo de una forma, como si él no se hubiera liado en ese mismo momento con ella porque no había querido, y yo me quedé mirándole, a él, y le puse cara de decir, Pero tú qué, flipado de mierda, ¿tú te has visto en un espejo?; porque cierto que yo soy muy normal y que la chica aquélla era demasiado guapa para mí, pero es que el Prasad éste parece un personaje de dibujos animados o alguna cómica caricatura. En fin.

Y hablando de chicas, pasemos al tema que todos estáis esperando leer: sexo.

Bueno, pues si me conocéis, y se supone que sí, deberíais ya saber que todo lo que puedo contar de ese tema se reduce a cuatro letras: nada; o a otras cuatro: cero. Entre que yo de normal no suelo ligar mucho que digamos y que cuando ligo la cago, pues ya veis. Lo máximo que me ha pasado aquí en Londres con esos extraños pero atractivos seres llamados 'chicas' son tan sólo algunas pequeñas anécdotas, que paso a relatar.

Hace ya algunas semanas, en Zara, ya ni sé de qué estábamos hablando una compañera y yo, que yo me estaba metiendo con ella de coña o algo así y haciendo gala de mi gran ingenio y mi exquisito sentido del humor, y ella me dijo, Joder, qué cara tienes, seguro que ligas un montón; o algo así. Y yo pensé, Bueno, sí, vamos, quitándome a las chicas de encima que tengo que ir. Y ya está. Y qué más… bueno, un día que otra compañera me invitó a su casa a comer, y cuando íbamos de su casa a Zara (que era domingo, y los dos librábamos –porque aquí Zara abre también los domingos–, pero habían puesto un store meeting para ese día y teníamos que ir obligado, hay que joderse) en el autobús, me dijo que uno de sus compañeros de piso, que era gay, le había dicho después de verme, Oye, qué bueno está tu amigo, ¿no?; así que ahí voy, siguiendo con mi irresistible encanto gay. Y qué más… ah bueno, pues que luego esta misma chica le dio la razón a su amigo y me dijo que físicamente yo era el que más llamaba la atención de Zara (sobre gustos…). Y qué más qué más… bueno, y también que dos amigos míos del hostel me dijeron de forma independiente que una chica que es también del hostel va detrás de mí (cosa que yo, cuanto menos, dudo). Y eso es todo, amigos. Como veis, mi vida erótico–sexual en Londres es apasionante y triunfal y cada día despierto con una chica diferente. Ja. De hecho cada día despierto con dos italianos simpáticos pero que roncan. Pero bueno, pues igual que en Ibi, París o Valencia (excepto por lo de los dos italianos).

Pero es que además no tengo ni tiempo ni energías para hacer otra cosa que no sea trabajar. Eso sí, todos los sábados he salido, aunque sólo fuera a hacerme unas cervezas (en sentido figurado, porque no tenía dinero para comprármelas de verdad) y me volviera más o menos pronto. Pero este último sábado, y después de haber conseguido que Zara me pagara un adelanto (!!!) por las dos semanas que trabajé en septiembre (lo que consigue el ponerse pesado), quise salir de nuevo de verdad y celebrar el fin de mi angustia económica en plan voy–a–emborracharme–de–una–vez–por–todas. Aunque la verdad es que aquel primer sábado en aquella discoteca (que por cierto, me acabo de acordar que se llamaba Swan, como en el primer volumen de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust: ‘Por el camino de Swan’) ya pillé un buen ciego, que al día siguiente mi estómago estaba más animado que Oxford Circus un sábado por la tarde. Pero eso, que este sábado había una fiesta en casa de Santi, otro compañero de Zara (y es que somos una secta…), y para allá que nos fuimos unos cuantos después de salir a las 10 y pico de la noche del trabajo (y yo había entrado a las 10 menos cuarto de la mañana y me tragué entero todo el puto sábado como un campeón). Compramos el vino más barato que encontramos, Coca–cola, hielo, vodka, papas, cacahuetes y pizzas. Y cuando llegamos a su casa, en plan secta enfermiza que te cagas, nos acoplamos en una habitación (en la de Santi, de hecho), nos sentamos por el suelo y en la cama, pusimos una olla en medio, y allí que nos tiramos toda la noche, haciendo y bebiendo calimotxo (con un toque de vodka) y jugando a todo tipo de juegos estúpidos de botellón. Por ejemplo, jugamos al famoso “Yo nunca he…”, después del cual yo respeto mucho más a mi manager (que es un chaval que también estaba allí). Por ejemplo, jugamos a cada uno escribir un personaje en un papel y luego repartirlos, ponérnoslo en la frente y tratar cada uno de adivinar quién éramos (yo escribí ‘Alf’, que le tocó a Gonzalo; y a mí me tocó Carmen de Mairena, que no recuerdo quién lo escribió). Por ejemplo, jugamos a uno de decir cuántos hijos había tenido la abuelita o algo así. Por ejemplo, jugamos a uno que uno decía Pim, otro Pam y otro Pum y tenía que señalar a otro nuevo para seguir. Por ejemplo, jugamos a decir lo que nos llevaríamos a una isla desierta, que uno decía una cosa y el siguiente tenía que repetirla y añadir una nueva y así. Y siempre, claro, bebiendo todos menos el que se equivocaba (hacerlo al contrario es una tontería). Y siempre, claro, lo que decíamos y tal acababa derivando al universal y divertido tema del sexo. Jugamos, por ejemplo, a tener que decir cada vez uno un adjetivo diferente sobre nuestro pene o vagina (o polla o coño), según fuéramos tío o tía, empezando primero por la A, luego la B, y así. Éste yo no lo conocía y la verdad es que nos echamos unas buenas risas. Con la tontería nos lo pasamos bastante bien y nos enteramos de cosas muy interesantes. Y eso. No sé a qué hora nos iríamos, pero ya íbamos todos bonicos. Yo llegué al hostel a las 5 y pico, borrachillo y reventado, y al entrar en mi habitación vi un montón de mochilas esparcidas por el suelo que me hicieron sospechar algo, pero yo qué sé, aquí las reglas de la lógica no tienen mucha validez, así que simplemente me acosté y me dormí, porque al día siguiente, domingo, trabaja todo el día, de 12 al cierre, lo que sería más o menos sobre las 8 de la tarde, para lo que me tenía que levantar sobre las 10 para poder desayunar algo y ducharme. Pero al rato unos ruidos me despertaron y preguntándome si estaba despierto o si estaba soñando o si aún iba ciego o qué, vi entre asombrado e incrédulo cómo iban entrando en mi habitación, que es bastante pequeña, no sé, 10 o 12 personas, que empezaban a rebuscar por ahí, y a coger las mochilas, y a abrirlas y a sacar cosas y a volver a meterlas. Y yo flipando en technicolor y en dolby surround. Enchufé el móvil para ver la hora y eran las 8 y 20 y hacía poco menos de tres horas que me había acostado. Y vi que mi compañero Paolo hablaba con ellos en italiano y me cagué en la puta madre que parió a todos los putos italianos de Italia y del resto del mundo y en particular en los que están en Londres. Y yo, ¿¿¿Pero qué pasa???, ¿¿quién diablos es toda esta gente??, que ya no sé si lo dije en inglés, en castellano o si espontáneamente lo aprendí a decir en italiano. Y no sé muy bien lo que me dijo o contestó Paolo, y cuando ya por fin todas esas personas habían salido me levanté furibundo para ir al aseo y cuando salí de la habitación aún estaban en el pasillo al lado de mi puerta y les miré super mal y no dijeron ni sorry ni perdón ni excusa (o como se escriba) ni nada y yo pasé en medio de ellos en plan chungo chocándome y pisándoles las mochilas y meé en el aseo y cuando volví a mi habitación allí seguían en el pasillo dando por culo y la madre que los parió. Me vuelvo a acostar y cuando estoy ya casi dormido, ya a las 9 y pico, me vuelven a espabilar algunos ruidos y abro los ojos y veo entrar a Marco, mi otro compañero, con otro amigo suyo que tampoco era de este hostel y se empiezan a liar porros y a fumar, y yo, ¡Pero por favor, que tengo que irme a trabajar dentro de un rato!, ¿¿podéis iros fuera??; y Marco, Sí, sorry, sorry, y se salieron. Yo me quedé en la cama para intentar dormir algo más, pero ya entre la mala hostia y el nervio y todo, ni de coña, así que me levanté, me di una larga ducha, me bajé a desayunar y me fui a currar al infierno de Zara, donde los domingos, sin llegar al nivel de un sábado, son también muy jodidos. Y allí que estuve hasta casi las 8 de la tarde. Y fue un día muy duro, estaba hecho una mierda, cansadísimo, con un sueño terrible y con una ligera pero molesta resaca que lo hacía todo aun más difícil. Y ayer lunes qué. Pues ayer lunes tenía que estar ya a las 8 de la mañana otra vez en Zara, lo que significa a las 8 menos cuarto ya de traje y corbata dentro de la tienda, lo que significa levantarse a las 6 y media de la mañana. Y hoy martes al menos entro a las 5 de la tarde pero, ah, nos toca inventario, lo que significa contar todas las piezas que hay en la tienda, incluyendo el almacén, y apuntar su precio. Y hay miles y miles… El último que hicieron, en Menswear acabaron a medianoche, aunque mis compañeros dicen que entonces no teníamos tanto material como ahora, así que a saber a qué hora salgo. ¿Y mañana?, pues mañana, para no perder este ritmo tan bueno y saludable, trabajo también prácticamente todo el día. Así que, super guay y super chachi y a qué estáis esperando todos para venir a Londres a trabajar en Zara. Pero bueno, jueves y viernes libro (por fin libro dos días seguidos…, aunque el sábado otra vez abro y cierro la tienda, diosssss), y a ver si entre mañana y el miércoles puedo mirar pisos y llamar y esos días ir a ver y a ver si con suerte puedo quedarme con el primero que encuentre que esté medio bien y pasar a tener por fin mi habitación y poder dormir sin dos tíos roncando al lado y sin gente que entra a media noche y sin gente fumando porros a mi lado y además teniendo cocina y nevera… ay, con todas esas cosas que antes eran tan cotidianas y que hoy veo como lujos de incalculable valor, o quién sabe, incluso lavadora, microondas, radio, televisión (aparatos que no había en mi piso de París y que ya para mí están aun más allá del lujo).

Y diréis, Qué quejica de mierda; y diréis, ¿Pues no querías irte a Londres en parte para eso? Pues sí, y bien satisfecho que estoy y si me quejo es más que nada por vicio y walking contradiction y a beautiful day y cómo me acuerdo de París cada vez que oigo a Yann Tiersen, aunque esto no tenga mucho que ver, lo que quiere decir que ya estoy otra vez desvariando y que quizá debería finalizar aquí el post, que ya está bien, aunque aún haya cosas que –creo– quería contar.

[Lo acabé de escribir este martes, lo digo por lo de los días de trabajo]

2 comentarios

Raszia -

Joder, entre q hace un huevo q no escribias y también q hace un par de semanas q no me conecto, creia q habías desaparecido o algo.
No te quejes por lo del curro, q aquí hay algunos q ojalá tuvieramos esos problemas eh!!! jajaja.
Buena noticia la del piso, a ver si podemos ir en el puente de diciembre! ;-)

Paulola -

Voy a chafarle la noticia a Chemi....pero espero q me perdone...jejeje ;) A partir del lunes 30 ya tiene piso!!!! Así que ya podemos ir a verle!!! :) (No he contado todo,eh??)
Un besazo.